HISTORIA DE UN AVIADOR

El seis de diciembre de 1919, un joven piloto llegó a Buenos Aires. Tenía una amplia experiencia en la aviación francesa y se había desempeñado con honores en los combates aéreos de la Primera Guerra Mundial. Los pilotos de entonces realizaban labores de reconocimiento y observación de la artillería alemana, contribuían a la corrección de tiro de los cañones franceses, participaban en combates aéreos, protegían los globos de observación y atacaban objetivos enemigos, como cuarteles generales, líneas de suministro y concentraciones de tropas.

Este joven, pero experimentado aviador era colombiano y se llamaba Juan Bautista de Brettes Bonivento. Según la tradición oral, participó con honores en la sangrienta batalla de Verdún, donde destruyó una emblemática pieza de artillería germana, lo que le valió una alta condecoración. Se distinguió por lanzar cohetes cortantes e incendiarios sobre los globos de observación alemanes.

El recién llegado formaba parte de una misión francesa compuesta por experimentados aviadores, cuya tarea era entrenar a pilotos argentinos en el uso de aeronaves modernas, fotografía aérea, tácticas de bombardeo, manejo de armamento y maniobras de caza. El gobierno francés donó a Argentina tres aviones: un Spad XIII y dos Nieuport. Las demostraciones aéreas se llevaron a cabo en el aeródromo de El Palomar. La misión francesa estuvo encabezada por el teniente coronel Guichard e incluía a otros destacados instructores europeos.

La vida de Juan Bautista de Brettes es tan novelesca como la de su padre, el conde Joseph de Brettes, quien a finales del siglo XIX exploró la Sierra Nevada de Santa Marta y el extremo norte de la península de La Guajira. Sus descripciones sobre estos pueblos indígenas, ilustradas con fotografías, fueron publicadas en la revista parisina Tour du Monde. Su familia pertenecía a un reconocido linaje de la nobleza gala. Las damas de Riohacha, Santa Marta y Valledupar suspiraban por el apuesto explorador francés, pero él se enamoró de una mujer wayuu llamada Josefina Bonivento, conocida como La Brugès. El conde, orgulloso de su esposa, la paseaba del brazo por las calles para ver el cine mudo de la época.

Su hijo, Juan Bautista, nació en Riohacha en 1894, en un paraje del delta del río Ranchería llamado Los Dos Ríos. Su padre quiso llevar a toda la familia a Francia, pero los wayuu solo permitieron que el niño viajara para recibir educación. Juan Bautista —colombiano, guajiro e indígena legítimo por el principio de matrifiliación— jamás volvió a su tierra natal. Quizás nunca más vio a su madre.

La mayoría de los colombianos ignoran esta historia. También los jóvenes wayuu. A pesar de su ausencia física, su vida pervive en la memoria de algunos hombres y mujeres mayores de su pueblo. Juan Bautista de Brettes, el hijo de La Brugès, quizás ocupe algún día un lugar en los cantos épicos indígenas llamados jayeechi. Hoy solo podemos evocarlo con los versos de Vito Apüshana:

“Y puedes irte y puedes no volver, / pero siempre estarás ahí… junto al árbol Mokooshira / que circunda tu cementerio; ahí pertenece tu sombra y tu descanso».

Weildler Guerra Curvelo

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