CARBONEANDO

Para los dudosos y castizos, del verbo carbonear. O de la acción cargar carbón en un barco.

Y es una de las industrias de bienes básicos que con éxito desarrollan la Guajira y el César para el térmico y Cundinamarca, Boyacá y Santanderes para tanto térmico como coquizable.

Y de nuestro carbón queda mucho y lo están pagando muy bien. Y genera en su gran mayoría empleo de calidad, paga puntualmente regalías y renta, tiene manejo ambiental y cumple con la recuperación de suelos prevista en los planes de explotación.

Pero en estos tiempos de simplificaciones, generalizaciones y obsesiones, esta industria determinante para la economía del país, dicen, que hay que destruirla. Creen ciegamente que acabándola salvamos el planeta.

Pues no es así. En esta nueva ronda de histeria ambiental que embarga al mundo occidental más desarrollado y que nos llega por la ya trillada ruta de la imitación académica (esa que en el siglo XIX nos sometió al bentamismo y que en el XX nos sumió en las oscuridades y violencias marxistas) se ha declarado al carbón como enemigo público número uno de la humanidad y del planeta.

La eficiencia energética del carbón ha sido difícil de derrotar durante décadas. Solo ha sido efectivamente desplazada por la generación termonuclear. Y resulta que el carbón aplasta en términos de eficiencia a los nuevos falsos paradigmas de la renovación energética: la generación eólica y solar.

Pero se alega que es indispensable, unilateral y voluntariamente, dejar de explotar y exportar nuestro carbón.

Se dice que Europa y Estados Unidos lo compran para quemarlo. ¡Obvio! Es problema de ellos digo yo. Que miren los países desarrollados como compensan sus huellas de carbono. Tienen dinero a montón, crearon el problema y resulta que sus propios sectarismos ambientales (en particular el cierre de la industria termo nuclear y la suspensión de exploración de gas en muchas partes) han llevado al templo sagrado del activismo ambiental a necesitar, ¡oh ironía!, ingentes cantidades de nuestro bien situado carbón y a quedar bajo la bota autoritaria y expansionista de Putin.

Y aquí, en esta no tan remota esquina de profesores educados en Europa, que viajaron mucho y tomaron mucho vino para entender mejor a Colombia, resulta y pasa que no se han enterado (tal vez por falta de beca para tomar más vino) que Europa quema desesperadamente nuestro carbón para pasar el invierno de una manera distinta a como se veía en las láminas de los libros de marxismo de la universidad de Copenhague o Coimbra o Clemson.

Hoy se sigue complementando la demanda energética de muchos países desarrollados con carbón porque se retienen de sus emisiones una parte sustancial del CO2. Se quema más gas y carbón en Europa, China y EEUU con sistemas de captura, uso y almacenamiento de carbono (CCUS). Por eso lo compran estos países a Colombia sin impactar su balance de CO2.

Y aquí en Colombia se pueden producir ingentes volúmenes de hidrógeno azul generando energía barata con carbón quemado con la tecnología CCUS. Y el hidrógeno limpio no solo es interesante para exportarlo a Europa de la cual somos un proveedor próximo. Es el fundamento para la elaboración de fertilizantes nitrogenados basados en el amoniaco, uno de los mayores generadores de inflación interna en sector de alimentos. Puede ser un combustible ideal para procesos industriales neutros en emisiones y materia prima de muchas industrias que podrían sentar base en nuestro país y aprovechar este combustible que podemos producir muy barato.

Tenemos los grandes beneficios aprobados en 2021 con la ley 2099 de Transición Energética que nos coloca a la vanguardia en el impulso institucional para atraer inversiones enormes para la producción de hidrógeno verde y azul realizando la electrólisis generadora de hidrógeno con energéticos ideales y de bajo costo como el carbón, quemados sin afectar el balance de emisiones de CO2 de Colombia.

Insisto en que, si nuestros compradores de carbón de exportación necesitan seguir usándolo, es problema de ellos costear su balance de emisiones. Si la ministra de Minas y Energía necesita satisfacer sus ansias de regañar y sancionar, bien puede ir y multar a Holanda.

Nosotros en cambio, todos, empresarios, sindicatos, empleados, proveedores, habitantes de municipios receptores de regalías del carbón, preocupados por la transición energética, deberíamos estar ocupados viendo como carboneamos más, creando plantas de generación con carbón en nuestras minas con tecnología CCUS, entrando de lleno en la era de la producción de hidrógeno azul y protegiendo nuestras rentas y empleos.

Enrique Gómez Martínez 

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