CARTA DESDE EL CIELO

Soy de las pocas personas que pueden darse el lujo de haber recibido una carta desde El Cielo. Porque era corriente que los humanos, cuando niños, le escribíamos a Dios en navidad para pedirle regalos de aguinaldo. Recuerdo que él casi siempre complacía nuestros caprichos. Y cuando a la edad de 8 años le pedí que me trajera una bicicleta, ya mi hermano Javier y yo teníamos la sospecha de que El Niño Dios no era el que traía los regalos que pedíamos en las cartas con vehemencia. Ese 24 de diciembre nos fuimos a dormir temprano, después que habíamos descubierto que la bicicleta estaba “escondida” en la casa de Geño Gámez y su esposa Chelena, quienes eran nuestros vecinos del frente en la Calle del Embudo en San Juan del Cesar.  Esa madrugada del 25 de diciembre de 1967 Javier y yo nos levantamos a las 4 de la mañana y de inmediato comenzamos a “matar la fiebre” de montar en bicicleta. Javier manejaba y yo iba en la barra. Era una bicicleta marca “Monark”, número 22, de color amarillo. Un juguete inolvidable.

Durante todo el año Javier manejó “nuestra” bicicleta el 80% del tiempo. Casi no me daba chance de manejarla. Entonces decidí que le escribiría al Niño Dios para pedirle una bicicleta “para mí solo”.  Así lo hice. Y aguardé esperanzado la respuesta. Pero en ese año hubo una escasez de bicicletas en Valledupar (en Maicao no vendían para entonces ese tipo de productos) y entonces fue cuando descubrí en la cabecera de mi cama la carta que me enviaban desde El Cielo. Era un sobre blanco opaco con el tradicional borde de cuadritos oblicuos azules y rojos que identificaba las envolturas de las misivas de aquel entonces.

El sobre no tenía remitente. Solo tenía anotado el nombre del destinatario:

Niño
Orlando Cuello
La Tierra

Y adentro, una carta apócrifa que decía:

No pudimos conseguirte la bicicleta, porque en Valledupar se agotaron.
Pero dejamos con tu Mamá un cheque en blanco para que puedas comprarla.

Yo al momento me sentí un poco frustrado, pero al mismo tiempo aliviado por la esperanza de que muy pronto tendría mi propia bicicleta, y no una bicicleta compartida con mi hermano. El Mono González, conductor de mi Tío político Rafael Giovannetti, me dijo que ellos viajarían a Codazzi el 27 de diciembre. Inmediatamente me apunté al viaje, pues había tenido noticias que el Almacén Philips tenía bicicletas en su inventario. ¡Ese viaje en la camioneta Ford-1966 de Rafa me pareció eterno…!

Apenas llegamos a Codazzi, Rafa me depositó en el Almacén “Las Quince Letras” de propiedad de Lucho Argote y Geña Medina. La instrucción recibida de mi Mamá, era que algún adulto me acompañara al Almacén Phillip a realizar la compra de la bicicleta.
Esperé con mucha impaciencia que Lucho, Geña o Mariela tuvieran un momento para dedicarlo a mí. El tiempo pasaba…y mi angustia se incrementaba de pensar que el inventario de bicicletas podría agotarse. Entonces sin decir nada, me fui caminando hasta el Almacén Phillip. No recuerdo el nombre del dueño, pero era conocido de mi Papá. Cuando estaba frente al Señor, le dije:

– Buenas. Hay ciclas…?
– Si, me respondió el Sr.
– A cómo…?
– $1,300.00
– Una…!

No recuerdo en el resto de mi vida haber hecho una compra con tal determinación como en esa ocasión. Le entregué el cheque en blanco al dueño del almacén, esperé que lo llenara y salí con mi bicicleta para donde Lucho Argote. Allí esperé a que Rafa y El Mono me recogieran, montamos la bicicleta en el platón de la camioneta y salimos para San Juan.

Previamente le había pedido al Mono que me bajara en la Bomba de “Los Jubales”, pues quería darme el gusto de llegar a la casa manejando la única bicicleta de San Juan que había sido comprada con un cheque procedente del CIELO.

Orlando Cuello Gámez

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