“La paz sea con ustedes.”
Así saludó el nuevo Papa León XIV al mundo, con la voz serena de quien sabe que las grandes revoluciones comienzan en el alma. No habló de poder, ni de templos, ni de dogmas. Habló de caminar juntos, de pasar del yo al nosotros, de construir puentes donde antes hubo muros.
Desde mi tierra, La Guajira, ese mensaje no se siente lejano. Se siente urgente. Se siente nuestro. Porque si hay una región que ha sido testigo del abandono, pero también de la resistencia fraterna, es esta.
Aquí, donde la sed no es solo de agua, sino de dignidad. Aquí, donde la fe no es tradición: es sustento.
Por eso, cuando León XIV nos invita a ser una Iglesia misionera, que no excluye, que no condena, que acompaña y transforma, pienso en lo que está ocurriendo en este rincón olvidado del Caribe colombiano. Pienso en monseñor Francisco Antonio Ceballos Escobar, obispo de Riohacha, que no se ha limitado a presidir misas: ha encendido una cruzada social, espiritual y ciudadana sin precedentes.
Inspirado en el Evangelio y en la Doctrina Social de la Iglesia, monseñor ha convocado un diálogo urgente para enfrentar la crisis estructural que arrastra nuestro departamento. Pero no lo ha hecho solo. Lo ha hecho con todos.
Junto al Comité Cívico por la Dignidad de La Guajira, la Liga de Usuarios de Servicios Públicos, la Mesa Más de la ANDI, la Sociedad de Arquitectos, la Asamblea Departamental, universidades, empresarios, líderes indígenas y comunidades. Una alianza tejida no por la política, sino por la conciencia. No por la imposición, sino por la esperanza.
Eso es lo que significa pasar del yo al nosotros.
Reconocer que el sufrimiento colectivo no se resuelve con soluciones individuales.
Entender que el pan compartido sana más que el poder acumulado.
Aceptar que la paz no es ausencia de conflicto, sino presencia de justicia.
Este movimiento social, liderado desde la fe y sostenido por la sociedad civil, busca algo más que soluciones inmediatas. Busca un Gran Acuerdo por el Desarrollo de La Guajira. Uno que ponga en el centro a la gente. Que diversifique la economía, garantice soberanía alimentaria, rescate el valor del agua, y asegure el acceso equitativo a servicios públicos.
Monseñor lo ha dicho claro: “Este diálogo no es solo un método para resolver problemas. Es una oportunidad para construir ciudadanía activa, fortalecer instituciones y dar sentido a nuestra democracia.”
Y lo dice sin estridencias, sin protagonismos. Con esa paz humilde y perseverante de la que habló el Papa. Una paz que no se impone, se vive. Que no necesita armas, necesita manos.
Hoy más que nunca, La Guajira es reflejo de la iglesia que León XIV sueña:
Una Iglesia que no espera multitudes para actuar, sino que camina con los últimos.
Una Iglesia que no teme ensuciarse los pies en la arena, si eso significa acercarse al pueblo.
Una Iglesia que ya no divide el mundo entre creyentes y no creyentes, sino entre los que aman… y los que aún no han descubierto cómo.
Caminar juntos no significa pensar igual. Significa poner al otro en el centro.
Significa dejar de competir por el micrófono y empezar a escuchar con el alma.
Significa mirar al pobre y decirle: “Tu lucha también es mía.”
Significa que la fe sin fraternidad es solo ritual.
Y que el Evangelio sin compromiso social es solo un eco vacío.
La Guajira ya empezó a caminar.
Con heridas, sí. Pero también con una fuerza que no viene del centro, ni del capital, ni del Estado.
Viene de lo más sagrado: el amor al prójimo convertido en acción.
Si León XIV quiere una Iglesia que construya puentes, que sea misionera, humilde, abierta y valiente…
Entonces que mire hacia el norte. Que mire a La Guajira.
Porque aquí no solo estamos creyendo. Aquí ya estamos construyendo.
Juana Cordero Moscote