¿DE QUIÉN ES LA VIDA?

La vida, decimos, es nuestra. Pero, ¿Cuándo fue realmente nuestra? ¿Lo fue acaso cuando aprendimos a callar para sobrevivir, cuando los horarios nos marcaron la espalda, cuando los contratos temporales nos recordaron que todo es prestado, incluso el tiempo?

En muchas esquinas de Riohacha, la gente madruga más que el sol. Mujeres que cocinan con las manos rajadas por la leña y el carbón, niños que caminan kilómetros para llegar a una escuela sin agua, hombres que se doblan el lomo en oficios que no dejan ni sombra. Y aun así, entre el polvo y el calor, hay risas. Hay vida.

Pero, ¿de quién es esa vida? ¿De la madre wayuu que entierra a su hijo porque no hubo comida, porque no hubo nada que poner en la mesa? ¿Del joven que migra con la maleta llena de sueños que otros no quisieron abrazar? ¿Del anciano que no sabe leer, pero que entiende mejor que nadie cuándo el viento cambia de dirección?

El siglo XXI ha vestido la vida con nombres elegantes: “progreso”, “éxito”, “desarrollo sostenible”, “marca personal”. Nos dicen que somos dueños de nuestro destino, pero nos venden un guion precocido: consume, consume, consume. Consume para ser feliz, consume para pertenecer, consume para existir.

¿Y si nos negamos a consumir? ¿Si la dignidad y la autonomía se resisten a ser moneda de cambio? ¿Si decidimos vivir sin dejar que el mercado dicte quiénes somos?

La vida se ha convertido en una moneda de cambio. Si produces, vales. Si no, sobras. Marx decía que el modo de producción determina la conciencia. Pero hoy, más que producir objetos, producimos ansiedad. Somos engranajes de una maquinaria que exige siempre más, pero que nunca da reposo.

En las redes sociales todo es perfecto, instantáneo, vendible. Pero la vida real huele a sudor, a arepa quemada, a silencio. La vida real a veces no tiene filtro, ni likes, ni oportunidades.

En Riohacha, las oportunidades son espejismos que se alejan cuando intentas alcanzarlas. Los jóvenes crecen en la espera: esperan trabajo, esperan educación, esperan un futuro que parece siempre pospuesto. Muchos se quedan atrapados en calles donde la desesperanza se disfraza de ruido y rabia.

Las promesas se oxidan rápido cuando el presente arde, y la ciudad se llena de silencios. Silencios que nacen de casas vacías, de diplomas sin empleo, de sueños que se apagan antes de brillar.

Y sin embargo, la vida sigue siendo profundamente valiosa.

¿De quién es la vida?

Es de quien la juega cada día por sobrevivir con dignidad. Del que no se rinde, aunque lo hayan olvidado. De la mujer que cría sola tres hijos y aún canta por las mañanas. De la abuela que cuenta historias al calor de la tarde. De ti, que estás lejos, intentando recomponer los pedazos que el pasado no pudo romper.

Es hora de recuperar la vida como algo común, sagrado, colectivo. De quitarle el precio y devolverle el sentido. De nombrarla de nuevo, con nuestras propias palabras. De vivir, no como se espera, sino cómo se siente.

Porque si no es nuestra, si no podemos vivirla desde lo íntimo, lo justo y lo libre… entonces, ¿de quién es la vida?

Y preguntar ¿de quién es la vida? es también preguntar quién responde cuando la vida se pierde, no por destino, sino por abandono, negligencia y olvido.

Porque detrás de cada vida que se apaga, hay una historia que reclama justicia. Una historia que pronto te contaré.

Y mientras tanto, ¿Qué hacemos con la vida que aún tenemos? Podemos seguir caminando. Juntarnos. Nombrar lo que duele. Compartir lo poco. Preguntar en voz alta. No dejar que el olvido se normalice. Recordar que una vida digna no se pide: se defiende. Se sueña. Se teje entre todos.

Luisa Deluquez

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Un comentario de “¿DE QUIÉN ES LA VIDA?

  1. claude bernhardt dice:

    Gracias y felicitaciones, Luisa Deluquez, por este artículo. El pueblo wayuu lucha por su supervivencia por diversos motivos, como por ejemplo, el plan de la ciudad de Riohacha para construir una planta de tratamiento de aguas residuales (APTAR) en el río Guerrero, que descargará aguas residuales contaminadas al río; una contaminación de las aguas del río que provocará la desaparición de la fauna y la flora, tan valiosas para el medio ambiente y las comunidades aledañas.

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