DESCARRILAMIENTO DEMOCRÁTICO

Preguntarse por qué razón no «pasan» las llamadas «Reformas Sociales» del gobierno Petro en el Congreso, es una pregunta que nos hacemos los que seguimos el aciago día a día de nuestro país. La solución se encuentra más allá del constante escalamiento de rabia hablada y escrita del presidente, y del discurso de «lucha de clases» que éste ha sembrado desde los inicios de su errático gobierno.

La respuesta fue concebida en el año 1748 por el magistral pensador francés «Montesquieu» quien en su libro intitulado «El espíritu de las leyes» materializó la teoría de la «separación de los poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial». El desarrollo posterior de la teoría, solidificó en cada uno de estos un «adn» de autonomía, conciencia, límites y criterio propio. Es de la esencia de esta división que la misma cuente con una «inmanencia» interna, que en principio les permite estar y «gravitar» en una misma orbita, siendo esta órbita los «Fines del Estado»; la inmanencia, se encuentra representada en el respeto que se deben entre sí, siendo sus miembros, los responsables de su guarda.

Dada la complejidad de las dinámicas humanas, y por ende sociales, esto de los «Fines del Estado» puede resultar ser gaseoso al momento de su interpretación, concepción y aplicación. Tales características por lo general, varían fácilmente, desde la más intrincada y laberíntica filosofía económica, pasando por un criterio objetivo de la razonabilidad, oportunidad, análisis de daños y efectos colaterales de cualquier iniciativa cuyo fin sea lograr, ampliar o establecer el bienestar [bien sea el general, o el de un grupo específico de la población, como por ejemplo, los trabajadores debidamente formalizados] hasta llegar a la más banal, insulsa, hueca y dañina filosofía de la división y lucha de clases.

Acorde a lo hasta aquí apuntado, en observancia y sin apasionamientos, dada nuestra realidad social, política y económica, el escenario ideal que debió haber adoptado el gobierno del «cambio» de G. Petro, en lo que a la evaluación de sus bautizadas «reformas sociales» se refiere, es la segunda de las tesis planteadas: la del análisis objetivo de razonabilidad. Lamentablemente desde su llegada al poder, ello no solo no es lo que se ha hecho, sino que el análisis es inexistente, por no decir huérfano.

Lo anterior haya evidencia en el argumento delirante, y vacío por demás, con el que busca, desenfrenadamente, instalar en un gran segmento de población carente de empleo, de ingresos, de protección social en salud y otras vicisitudes, la filosofía de la «lucha de clases», generando con ello una visión aviesa en la sociedad, que se reduce básicamente a una división entre, supuestos, «ricos malos» y «pobres buenos». Ese «ardoroso» y artificioso discurso, base del ejercicio divisionista, en vez de dignificar al «pobre bueno» lo que hace es victimizarlo, profundizar su condición, privándolo de darles una salida real a su situación.

Pero eso no es todo, adicional a las consecuencias reseñadas, el retórico ejercicio los condena al «status quo» de seguir siendo un grupo social y poblacional cuyo fin, y esto es lo absurdo del discurso mesiánico del populismo democrático, es el de ser siempre el motivo de la supuesta, lucha reivindicadora de Derechos, es por ello que los necesitan; siendo así, solo se puede concluir que «si curas la enfermedad, te quedas sin pacientes», si curas la pobreza, te quedas sin la filosofía de «lucha de clases».

Siendo otra cara de la misma moneda, vemos como el discurso del populismo democrático está siendo usado para romper la unidad tripartita del poder público en Colombia, la respuesta a la pregunta con la que iniciamos nuestra opinión, es que el Legislativo en su autonomía, quiérase o no, acéptese o no, adoptó una posición, frente a una iniciativa legislativa de origen ejecutiva, que debe ser respetada; por ende, tal decisión, no puede ser, bajo ninguna arista, motivo para desconocer su legitimidad e importancia en lo que es el entramado político administrativo de nuestro Estado.

Por eso, adoptar y aceptar la posición que ha asumido el gobierno, en cabeza del presidente, es prohijar el descarrilamiento del ordenamiento constitucional que tanto protegió aquel, en sus pretéritos tiempos de opositor; pero bien decía mi abuela, «ningún cura se acuerda cuando fue sacristán», hoy, paradójicamente, cuando encabeza a tientas, como ciego sin báculo, ni lazarillo, la Rama Ejecutiva colombiana, hace llamados a la movilización y a la agitación social, sin observar, ni analizar, los pros y los contras de sus llamadas «reformas sociales».

Es necesario resaltar que tales reformas no son malas en sí mismas. En lo absoluto. Lo que llama la atención es que se presenten a trámite legislativo, sin miramiento alguno respecto la realidad fiscal colombiana y sus fuentes generadoras de recursos, es el caso de la Reforma Laboral, siniestrada en la Comisión Séptima del Senado; por ejemplo, es necesario saber qué sector de la producción genera más puestos de trabajo, a cuánto asciende la carga laboral de un trabajador en el sector formal, entre otros tópicos de obligatorio conocimiento para derivar la objetividad y conveniencia de la adopción de reformas de este tipo.

Tales falencias muestran la preterición consentida, por parte del líder del gobierno, del estado de las finanzas públicas, y prohíja la omisión porque sabe muy bien que dar el debate de forma política y éticamente correcta, sobre lo inconveniente de la iniciativa, lo deja instalado en el terreno de la desaprobación del grupo de ciudadanos que aun lo secundan en sus llamados a ocupar calles y plazas, a quienes a decir verdad, lo último que les interesa es saber cuál es el estado de las finanzas estatales, razón para que el llamado agitador encuentre cama donde anidar.

En definitiva, las «reformas sociales» no pasan porque la Rama Legislativa no es notaría, ni apéndice del gobierno, además, porque en su autonomía, se equivoque o no, decide ello y punto, que es algo que el presidente debería entender; que quizás entienda, pero reconocerlo le quitaría el poco rédito político que su florido discurso macondiano, aun le permite tener en algunos pocos, muchos de los cuales, muy seguramente, no saben, de donde salen esas mariposas amarillas que tanto menciona Petro últimamente.

 

Luis Manuel Mercado Freyle

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