El desierto más fértil de Colombia no está en Carrizal ni en la Alta Guajira: está en el Congreso de la República. Allí florecen promesas que nunca germinan, se cosechan debates que jamás maduran y se exportan leyes que nunca llegan al territorio. Marzo de 2026 se acerca y otra vez se harán presente las caravanas con su peregrinaje sagrado: camionetas 4×4 blindadas con promesas, megáfonos anunciando el milagro de «esta vez sí» y candidatos apareciendo en lugares donde el Estado colombiano ni siquiera tiene señal de GPS.
Ante este panorama, surge la pregunta obligada: si la política tradicional ha fracasado en resolver el acertijo del subdesarrollo guajiro, ¿por qué no diseñar al candidato perfecto a la Cámara de representantes mediante inteligencia artificial? Un político sin vicios humanos, sin memoria fiscal, sin parentesco inconveniente. Un representante programado para cumplir y optimizado para servir y para timar.
Permítanme presentarles el prototipo: Candidato IA™ – Versión La Guajira 2026. Imagínenlo: un ser híbrido, hijo legítimo del clientelismo y el algoritmo. El “Frankenstein candidato” viene con especificaciones de fábrica envidiables. Tiene 35 años cronológicos, pero cara de veterano político curtido en tres reformas constitucionales. O podría tener 68 años biológicos, pero con filtros de TikTok que lo rejuvenecen hasta parecer uno de los recién elegidos consejeros de juventud. Su edad es flexible según el target del corregimiento o ranchería. Habla wayuunaiki con acento rolo. Dice «Manaure» como si fuera verbo conjugable: “hay que manaurear la política, mano”. Y bien programado con el lenguaje de las frases propias de quien ofrece todo y nada a la vez: “hay que mejorar esta situación”, “seré la voz de La Guajira en Bogotá” y las famosas “Cuente conmigo” y “déjeme posesionar y verá”.
Su currículo académico es una obra de ficción postmoderna. Posee un doctorado en Prometer de la Universidad del “Cuando yo sea” y una maestría en Aparecer en fotos con los pobres anónimos. Físicamente está diseñado para no sudar bajo carpas de 45 grados, para mantener la sonrisa durante seis horas de apretón de manos y conservar el sombrero wayuu o su gorra, incluso con ráfagas de viento que arrancarían los techos de zinc de sus incautos y fieles electores. Su memoria RAM guarda una base de datos de 20.000 nombres de pila, apodos familiares y promesas radicadas en la secretaría del “embuste” de las campañas anteriores.
Su ideología es admirablemente adaptable: ni de derecha ni de izquierda, sino del centro del presupuesto obeso de la entidad o municipio que controle. Critica al gobierno en el territorio ordenando la bandera y el discurso de la oposición, pero en Bogotá lo defiende a gritos silenciosos para aprobarle los proyectos de ley en comisión y en plenaria. Su brújula moral apunta siempre hacia el norte magnético e la mermelada.
Es especialista en tomarse fotos junto a tanques de agua vacíos como si fueran acueductos funcionales. Maestro en el arte de prometer carreteras que se evaporan en el asfalto de su inventiva. Y su gestión incluye debates imaginarios que promueve en las equinas de los cafés de la capital y en los proyectos que son aprobados en la legislatura del metaverso.
Sin embargo, recordemos que ningún candidato perfecto está completo sin su séquito, sin su futura Unidad de trabajo legislativo. Candidato IA™ viene acompañado de un paquete de recurso humano cuidadosamente seleccionado. Su “equipo de carretera”-como suele llamarlos- es una joya del reciclaje político: influencers de campañas anteriores, ahora con más seguidores, pero igual de ajenos a las problemáticas reales; amigas motivadoras con 4.000 contactos en WhatsApp y capacidad ilimitada para reenviar cadenas y fake news; y un community manager que cree que la ética es el nombre de la red Wi-Fi de un centro comercial de Riohacha. Y lo mejor, su lema de campaña: «¡No prometo nada nuevo, solo un cambio igualito al anterior!»
Mientras los congresistas actuales legislan por Zoom desde los restaurantes de Bogotá, el candidato IA™ promete legislar en modo avión desde su oficina en Riohacha para no distraerse en la “fría” con las llamadas del “amigo de la gobernación”. No tendrá asesores de $15 millones mensuales: los reemplazará con una subscripción empresarial a ChatGPT. Un compadre de internet, que tiene antecedentes fiscales ni tiene vínculos con grupos armados porque su único ejército es un batallón de bots en redes sociales. Pero aquí yace el verdadero chiste, el sarcasmo último de esta propuesta: que incluso un candidato diseñado por inteligencia artificial, libre de corrupción humana, optimizado para el servicio público y programado para cumplir promesas, fracasaría en La Guajira. Porque el problema no es solo la calidad del candidato. Es el sistema que lo alimenta. Es la maquinaria que lo sostiene. Es la cultura política que premia la lealtad sobre la competencia, que valora el compadrazgo sobre el mérito y celebra el gesto vacío de la apariencia sobre la gestión efectiva.
Tal vez la lección sea esta: no necesitamos un candidato perfecto diseñado por máquinas. Necesitamos una ciudadanía imperfecta, pero crítica, capaz de exigir cuentas, de fiscalizar más allá del día de elecciones, de entender que el voto no es un favor que se paga con un mercado o con la sonrisa impresa de “Carlos Lleras”, sino un derecho que construye futuro y verdadera democracia.
Señoras y señores lectores, el candidato ideal para La Guajira ya existe. Está en los docentes que educan en escuelas sin agua y sin pupitres. En los líderes que organizan ollas comunitarias cuando el Estado bailotea en la musicalidad de sus ausencias. En los jóvenes que se quedan a pesar de todo, imaginando un desierto donde florezca algo más que lamentos y auxilios desnutridos. Porque, hasta que esa inteligencia colectiva —no artificial— no decida programar un nuevo algoritmo electoral, seguiremos eligiendo versiones actualizadas del mismo error. Con afiches con más Photoshop y jingles más pegajosos, tal vez. Pero con los mismos resultados de siempre: promesas evaporadas en el calor de marzo y esperanzas enterradas en la indiferencia institucional y política.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI


Excelente, si es, ahora son hasta futbolista.
No salen de tick tock