Entre el 2 y el 4 de septiembre de 2025, Riohacha se convirtió en el escenario del Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo. No es un hecho menor que este encuentro internacional, que reúne a más de 40 países, agencias de Naciones Unidas y organizaciones sociales, haya tenido lugar en el corazón de La Guajira. Una tierra que, paradójicamente, ha sido testigo directo de los retos de la movilidad humana: migración forzada, fronteras vivas con Venezuela y desplazamientos internos históricos.
El lema escogido “Migración regular, movilidad laboral y derechos humanos: pilares del desarrollo y el bienestar de las sociedades” parece hecho a la medida de este territorio. Porque si hay una región que sabe lo que significa migrar, resistir y reinventarse, esa es La Guajira. No hablamos solo de cifras, sino de rostros: mujeres que cruzan la frontera con sus hijos buscando agua y alimentos, jóvenes wayuu que se mueven entre culturas, comunidades que enfrentan la pobreza con creatividad y dignidad.
Que Riohacha haya reemplazado a Barranquilla como sede no es un simple cambio logístico: es un mensaje político y simbólico. Colombia quiso que el mundo viera de frente la realidad de un territorio históricamente olvidado, pero que hoy se erige como laboratorio vivo de los desafíos globales de la migración. Es como si el país dijera: “si quieren hablar de movilidad humana, háganlo donde la movilidad es el pan de cada día”.
La cumbre dejó diálogos valiosos: el rol de las mujeres en la migración, la voz de los jóvenes, la mirada de los medios en la construcción de narrativas. Pero más allá de los paneles y discursos, la gran pregunta es: ¿qué quedará en La Guajira después de que las delegaciones internacionales regresen a sus países? ¿Será este foro un punto de inflexión para que el Estado cumpla con su deuda histórica con esta región o se convertirá en otro evento de buenas intenciones?
El reto es monumental. La migración no es solo un problema que “llega” desde afuera: también es un reflejo de nuestras desigualdades internas. Y mientras no entendamos que garantizar derechos básicos, oportunidades laborales y dignidad humana es tan urgente para un migrante venezolano en Riohacha como para un joven guajiro que sueña con quedarse en su tierra, seguiremos atrapados en un círculo de discursos sin acción.
Además, esta cumbre pone a Colombia frente a una disyuntiva: ¿seguiremos siendo vistos solo como un país de tránsito y acogida temporal, o podremos construir un modelo sostenible de integración que haga de la migración una oportunidad real de desarrollo? No se trata de caridad, sino de visión estratégica. Los migrantes aportan cultura, trabajo y resiliencia. Integrarlos de manera efectiva puede convertirse en una ventaja económica y social para el país entero.
Hoy el mundo miró hacia La Guajira. Ojalá esa mirada no sea pasajera. Ojalá esta cumbre sea recordada como el momento en que Colombia, y la comunidad internacional, decidieron pasar de la retórica a los hechos. Porque al final, migrar no es un delito ni un privilegio: es una realidad humana tan antigua como la historia misma. Y entenderlo es, quizás, el mayor acto de desarrollo posible.
Breiner Robledo Meza

