A pesar de que la interconexión eléctrica era una de las más ilusionadas promesas de gobierno, a los Provincianos nos costaba creer que sería factible de cumplir. Casi nos habíamos acostumbrado a tener energía eléctrica en horario seminocturno, desde las 6 de la tarde hasta la media noche. Eran las épocas en que se dormía sin ventilador y con las ventanas abiertas, pues era mejor acostumbrarse al calor toda la noche, en lugar de soportar la falta de ventilación repentina en la madrugada, cuando cortaban el servicio. Y cuando empezamos a tener energía eléctrica 24 horas, ya no había que suplicarle a los vendedores de hielo que nos guardaran una panelita congelada para refrescar el agua del almuerzo, ya no había que sabanear una cerveza helada en aquellas tiendas que se surtían con generadores y en cualquier lugar del pueblo se podían leer avisos con letras garrapateadas sobre cartones amarillentos que decían “se vende boli y chicha helada”. La vida de los parroquianos había encontrado un motivo simple pero fundamental, para sentir que ahora su vida tenía una importante razón para hacerla más llevadera, con más música en el ambiente, con más luminosidad durante las noches y con menos calor dentro de las casas. El espíritu de toda una comarca se encontraba completamente estimulado y encendido. Se había producido el milagro que sobre el colectivo ejerce la tecnología bien empleada, cada vez que se enaltece la calidad de vida del individuo.
Pero el milagro social había de continuar en aquellos pueblos olvidados. Después del milagro de la luz, ahora íbamos a tener otro milagro: Teléfonos en las casas. Dentro de las casas. Ya no habría que ir a Telecom a hacer colas interminables para hacer una simple llamada. Ni tampoco había que ir hasta Villanueva a tragar polvo en esa carretera llena de huecos, para meterse en una cabina a hablar por teléfono. Las inscripciones habían comenzado dos o tres años atrás, y ahora sí parecia que iba a ser verdad eso de los teléfonos en casa.
Había llegado la hora del milagro. Los teléfonos en la casa eran una realidad. No lo podíamos creer. Los que teníamos contacto con la ciudad ya conocíamos su funcionamiento y disfrutábamos de la comodidad que se deriva de tener este servicio. Pero la mayoría del pueblo ni siquiera se imaginaba la dimensión del cambio que estaba por llegar.
Los técnicos de Telecom trabajaban febrilmente en la instalación de las conexiones domiciliarias. Había una cuadrilla de instaladores muy diligentes, con casco amarillo y uniforme azul, la cual estaba dirigida por mi primo Escalona Brito. Esa cuadrilla se convirtió durante varios días en un grupo estrella, el cual era esperado con verdadera ansiedad en cada casa del pueblo donde se instalarían las primeras 250 líneas telefónicas domiciliarias del plan de telefonía del gobierno. Paralelo a la instalación de las conexiones, los 250 privilegiados suscriptores pioneros iban pasando por la oficina de Telecom a retirar sus aparatos y su respectivo número. Todos eran rojos y todos comenzaban por 740. Los tres dígitos restantes se asignaban por orden de inscripción. Por ejemplo, el 740-000 se instaló en el corregimiento de La Junta y el 740-001 correspondía al Despacho del Alcalde. Y de ahí en adelante, según el orden de la inscripción. En mi casa, por ejemplo, nos correspondió el 740-216. Eso dio lugar a una simplificación automática de los números, pues la gente en sus conversaciones informales previas a la conexión del servicio, daba a conocer el número a sus amistades usando solamente las tres cifras finales. Y como muy pronto habría de inaugurarse el servicio, hubo necesidad de expedir el primer directorio telefónico. Este era el directorio más sencillo del mundo, si es que esta característica la recoge algún record Guiness. Constaba de cinco o seis hojas escritas a maquina, con los nombres y numeros de los 250 suscriptores. La difusión del directorio telefónico se hizo en sencillas fotocopias de la lista original que elaboró la oficina de Mela Diaz, a la sazón Directora de la Oficina de Telecom de San Juan del Cesar. Cuando tuve en mis manos la primera “Guía Telefónica” de mi pueblo, me acordé de las anteriores “Guías Telefónicas” que había visto por primera vez. La de Valledupar, que era como un cuaderno de 50 hojas. Y la de Barranquilla, que me había impresionado por su gordura. La de San Juan, comparada con estas, era como una guía de juguete.
Todo el pueblo estaba expectante de ansiedad, emoción y orgullo patriótico. El estreno de esta novedad colectiva significa un desarrollo indiscutible para cualquier comunidad en cualquier lugar del mundo. Y cada familia comenzó a prepararse según su preferencia. Era común observar el surgimiento de mesas altas en forma de pedestales, las cuales eran vestidas con gruesas telas coronadas con redondeles meticulosamente tejidos en finas puntadas. Y en la cima de esta artesanía, inverecundio y altivo, un teléfono rojo que muy pronto comenzaría a timbrar.
Los días pasaban y la gente empezó a creer que ese cuento de tener teléfonos funcionando dentro de la casa sería una nueva esperanza frustrada. Hasta que por fin comenzaron a sonar. Eso fue una fiesta inolvidable de timbres y más timbres, y sobre todo, de muchas bromas por la novedad. Muchos mayores se rehusaban a usarlo, aduciendo que no lo necesitaban.
-Si toda la vida he estado sin teléfono, no es verdad que ahora voy a estar hablando como un pendejo sin mirar al otro. Y sobre todo si está cerca de aquí.
Esa reflexión se la escuché decir a un veterano lugareño de la Calle Padilla. Se empezaron a conocer bromas inéditas, que antes no era posible imaginar. Por ejemplo, mucha gente pudo decirle a Julio Raquel Manjarrez cosas que de frente nunca se las habría dicho. Surgió una buena cantidad de delatores voluntarios que se amparaban en el anonimato de la voz cambiada para ventilar infidelidades conyugales, deslealtades familiares y traiciones políticas. La “Comayita” Romero recibió muchas llamadas de gente sin identificar que le pedía prestado sus brasieres para usarlos como hamacas. Los agiotistas del pueblo recibían llamadas insultantes. Algunos amigos se encontraban en la calle, se saludaban, se despedían rápidamente y cada uno se iba para su casa con la promesa de llamarse inmediatamente para hablar por teléfono.
Cuando los teléfonos se estaban estrenando, John Pérez, el menor de los hermanos Pérez Giovannetti, era un niño. Tal vez era el más afiebrado con la novedad de los nuevos teléfonos en el pueblo. John tenía tanto disfrute por este asunto, que se aprendió de memoria el pequeño directorio del pueblo, de tal manera que era capaz de resistir un interrogatorio, sin equivocarse, del número de todos sus amigos, familiares y conocidos. Eso hizo que cada vez que estábamos cerca de John, nos ahorráramos la consulta del directorio. En una ocasión, cuando organizábamos un partido de fútbol y requerimos llamar a Javier desde la casa de los Pérez, José Jaime Zúñiga estaba frente a la mesa del teléfono, con el auricular en la mano y en posición de llamar. Le solicitó a John el número del teléfono. John, al ver que José Jaime estaba listo para marcar el número, sintió que le estaban arrebatando el placer casi eyaculatorio de poner a girar la rueda numérica del artefacto y contemplar el lento regreso del disco a su punto de partida original. Y en tono abiertamente extorsivo, sentenció: “Si no me dejai marcá el número, no te lo digo”
Tanta era la fiebre de John con esta novedad telefónica, que en su casa terminaron por prohibirle que se acercara al aparato. Y esta prohibición acrecentó su deseo desmedido de hablar por teléfono. Por eso, no desperdiciaba ninguna oportunidad para hacerlo. Un dia, mientras caminaba por el vecindario de su casa, escuchó el timbre del teléfono de la casa de Fidel González y Tinita. El teléfono estaba organizado en un pedestal a un lado de la sala y repicaba sin que nadie lo respondiera. Como la puerta de la casa estaba abierta, cosa bastante común en los pueblos, John, ni corto ni perezoso, entró a la casa, respondió la llamada y gritó a todo pulmón: “Tinitaaaaaaaa, te llaman….”
Con el paso del tiempo, el uso del teléfono se fue volviendo un asunto rutinario y normal. A pesar de que el espíritu chispeante de nuestra gente nunca se cansa de sacar apuntes ingeniosos derivados del uso del servicio, el tiempo se encargó de que años después ya no fuera novedad. Sin embargo, todavía faltaba un detalle interesante digno de recordar para registrar la evolucion de las comunicaciones en la Provincia de Padilla. La llegada del fax. La pequeña historia del primer fax que hubo en San Juan del Cesar.
Después que el teléfono llegó hasta los corregimientos más apartados de La Guajira, ya no era tanta la novedad que esos aparatos despertaban. Pero de repente la gente comenzó a hablar del fax. Del telefax. Muchos no entendian qué era eso, sin embargo, hablaban acerca del fax con mucha propiedad. En los años en que se hizo popular en Colombia, nosotros tuvimos la fortuna de comprar tres aparatos de fax e instalarlos en nuestra oficina de San Juan, en nuestra oficina de Valledupar y en nuestro punto de trabajo en El Cerrejón. “Acciones Urbanas” era una empresa de construcción y servicios que operaba en La Guajira y en el Cesar. Y cuando comenzaron a popularizarse las máquinas de fax, en 1986, nosotros (Hernán Mendoza, Teo Manjarrés y el suscrito) le encargamos a nuestro amigo Jorge Artola tres aparatos a Miami. De inmediato los instalamos y rápidamente la noticia se difundió por toda la región: “En Acciones Urbanas hay fax”, murmuraba la gente. En el Departamento de La Guajira había muy pocos y tal vez, en el Sur del Departamento, el de Acciones Urbanas era el único al principio. Tanto, que la Alcaldía de San Juan, el Instituto de Carreras Intermedias y otras instituciones nos pedian el favor de recibirles algunos de sus mensajes urgentes. Hasta que un día recibí la visita de Franco Hinojosa en nuestra oficina. Después de un par de tintos bien hablados, sobre temas políticos, agropecuarios, de desarrollo urbano y otros aconteceres provincianos, Franco, quien es muy dado a transmitir autosuficiencia y grandeza, se revistió momentaneamente de humildad y me hizo la siguiente pregunta en actitud de profunda circunspección y en tono de voz muy bajo; tan bajo, que casi rayaba en la solemnidad confesional:
Concretamente…, ¿Qué es un Fax?
A mí se me ocurrió como respuesta inmediata, una definición bastante pedagógica:
Franco, para ponértelo en términos sencillos, un fax es una fotocopia por teléfono.
¿Verdad? O sea que si yo aquí hago un muñequito y lo firmo, entonces la persona recibe allá el muñequito firmado?
Por supuesto, Franco. Ese muñequito lo reciben igualito a como tú lo pintaste.
La visita de Franco se prolongó toda la manana, pues él quiso presenciar “personalmente” el recibo de un fax que estaba llegando a nuestra máquina con un pedido de elementos de seguridad industrial que necesitaban en nuestro punto de trabajo en La Mina de El Cerrejón. Y Franco, con los ojos muy abiertos, presenció la llegada del fax, como quien observa el nacimiento de una criatura. Casi se podía afirmar literalmente que el fax estaba “pariendo” el pedido que nos hacían desde La Mina.
La popularización del fax en Colombia ocurrió durante el gobierno de Virgilio Barco (1986-1990), quien precisamente firmó un Decreto Presidencial en Seúl (Corea), donde fue hospitalizado de emergencia por una diverticulitis aguda mientras cumplía una visita oficial. El Decreto fue enviado por fax y posteriormente la Corte Suprema lo declaró constitucional, poniéndose a tono con el avance tecnológico derivado de esta innovación.
Años después llegaron los teléfonos celulares, un verdadero milagro de la tecnología. Casi todos hemos visto, entre absortos e incrédulos, su vertiginosa masificacion. Y todavia me resisto a creer que se haya vuelto realidad aquel “discernimiento remoto, imposible e idealizado de que alguna vez existirían teléfonos que uno pudiera tener en el bolsillo”, que me atacaba el cerebro cuando iba en los anos 70`s a la oficina de Telecom en Villanueva a hacer una llamada telefónica. Después de haber sido testigo de esta sorprendente evolución, uno se siente como si estuviera en el Tíbet, donde lo increíble se hace realidad y la realidad es a veces increíble.
Orlando Cuello Gámez
Orlando, mucha tecnología que en su momento y ahora todavía me sigue sorprendiendo como la IA. ( Inteligencia Artificial). Un abrazo y gracias por compartir vivencias únicas.
Bella e ilustrativa cronica, Orlando. Y la tecnologia continua sorprendiendonos! Cuando se dieron las videollamadas, yo recorde «viaje a las estrellas». Realmente el ser humano es unico! Lo que pensamos y soñamos, podemos convertirlo en realidad!
En esos pueblos olvidados del Atlántico cuando llegó la luz en Santa Cruz corregimiento de Luruaco mi abuelita no soportaba la intensidad de los bombillos y salía al patio a darle vuelta a los animales con el clásico mechón.. y respecto a las telecomunicaciones funcionaba radiar en radio libertad la visita de las personas se le avisa a la familia tal llevar las bestias al arroyo grande que llega fulana de tal……. Sin posibilidad de un teléfono fijo operado por Telecom