Nunca se termina de entender y de valorar la importancia de la seguridad. Tiene la peculiaridad de que cuando estamos seguros parece lo adecuado, se siente sin sentirse. Solo en la medida que nos hace falta es cuando volvemos a evidenciar que es fundamental. Sin seguridad los demás derechos quedan suspendidos en un limbo de incertidumbre. La inseguridad amenaza la vida y nos llena de miedo, y este sentimiento se convierte en una limitante para todo.
Lo que estamos viviendo es alarmante. Los colombianos vivimos varias décadas encadenados por el temor. A veces pareciera que esa inseguridad retorna y sobre todo irrumpe en nuestras ciudades. Los métodos de atraco se han vuelto en exceso violentos y mortales. Asesinan a un ciudadano para quitarle un celular. Y esa zozobra de tener constantemente la vida en peligro está transformando la manera como nos relacionamos con nuestros vecinos y nuestro entorno.
Debemos agregar la falta de respeto que vemos por nuestra fuerza pública. Empezó primero como un discurso de estigmatización que dañó la imagen de nuestros hombres. Pasó después a agresiones físicas, insultos y maltrato durante el paro. Los discursos incendiarios -como los de Petro- contra los soldados y policías son responsables de esa pérdida de respeto y debilitamiento de la autoridad en el país.
A todo ello hay que sumarle el plan pistola que se viene desarrollando en varios lugares de Colombia. Las redes reproducen asesinatos a sangre fría de nuestros policías sin ninguna razón aparente excepto estar uniformados. Las estadísticas hablan del asesinato de dos hombres de nuestras fuerzas armadas cada día en promedio.
Puedo imaginarme el desaliento de muchos de nuestros policías y soldados al verse enfrentados a una sociedad donde muchos solo los critican y los señalan; mientras su trabajo les exige vivir con la amenaza de muerte que suponen los violentos, y los abusos de algunos ciudadanos que se consideran con derecho a golpearlos y maltratarlos. ¿Y cómo puede haber seguridad sin fuerza pública?
Si Colombia no empieza a valorar la seguridad y a entender la importancia de las fuerzas armadas para procurarla, será difícil recuperarla. Las fuerzas sólo son capaces de operar de manera adecuada cuando gozan de la confianza de la comunidad a la que protegen. Es la unión de la autoridad y la sociedad la que logra derrotar a los violentos. Necesitamos que nuestras fuerzas recuperen facultades y programas como aquellos que tuvimos, que encargaban al Ejército de la consolidación territorial con los programas sociales. Hoy se requieren programas similares para los policías.
Así mismo, requerimos aumentar el pie de fuerza en las ciudades, para lo cual nos hace falta una carrera adicional para los suboficiales que hoy se retiran teniendo aún muchos años en los que podrían desarrollarse y aportar a la seguridad. Hay que reformar el escalafón de la policía. Urge la creación de una policía rural que nos ayude a consolidar el campo y que también tenga ascendencia en la comunidad que protegen. Encargada de su cuidado, pero también de llevar bienestar social.
La seguridad es el resultado de una armonía entre la fuerza pública y la ciudadanía. Esa dupla es invencible. Hoy cuando muchos alcaldes parecen respaldar más a los vándalos que a los policías, cuando algunos políticos irrespetan el buen nombre de nuestras instituciones, es cuando los violentos más crecen y toman ventaja.
Paloma Valencia