LOS VACÍOS DE LA DEMOCRACIA

“La democracia es un estado de la sociedad y no un sistema de gobierno”.

La afirmación de Alexis de Tocqueville nos lleva a reflexionar sobre la conexión o la distancia que surgen periódicamente entre la capacidad real del ciudadano para participar en las decisiones políticas por medio del voto, o la totalidad que se desprende de unas apariencias de libertad de elegir cuando en realidad se pisa esa voluntad con unas botas de represión disfrazadas de zapatillas de Cenicienta.

Eso lo vemos a lo largo y ancho de nuestra América Latina. Por oleadas y períodos, nos llevamos de calle algunos regímenes abusivos en ciertos países, pero al mismo tiempo, toleramos la eternidad de los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Digo eternidad, por cuanto cada día que pasa que acumula mayores abusos, desigualdades y sufrimientos para sus ciudadanos, debe ser vivido así, como un infierno, un pesar de patria, un dolor en el pecho en cada familia. Fingen elecciones libres, amañan instituciones débiles, reprimen brotes populares que reclaman libertad y someten al desabastecimiento y a la hambruna a los habitantes de sus países, mientras su aristocracia se recarga de privilegios y dinero de procedencia delictiva. Lo peor del caso es que consiguen aplausos de unos gobernantes contiguos, que quieren hacernos ver unas democracias que no existen, justificadas con unos valores que se evaporaron hace décadas de la realidad política de la izquierda mundial, que pasó de la preocupación por la desigualdad a la consolidación de élites de poder sin más ambición que la de perpetuarse en él.

Cabe traer a colación esa pregunta para diagnosticar nuestras personalidades, que nos inquiere qué sentimos cuando vemos un vaso cargado a la mitad de agua, y que tienden a identificarnos como conformes o ambiciosos, según digamos que está medio lleno o medio vacío.

Quisiera que nos preguntáramos esta vez cómo vemos al país, en su condición de recipiente, con un contenido de democracia. ¿Tenemos el vaso tricolor lleno de democracia, a la mitad, casi vacío?

El estado democrático de hoy nos hace concluir que es fruto de una de las grandes decepciones que hemos vivido, la de la incapacidad de los partidos de tradición para reaccionar a los gritos de cambio que se alzaban desde todas las esquinas del país. Fastidiados, iracundos, observábamos los abusos del poder, las voces que se quedaban defendiendo lo bueno, como si eso hiciera olvidar lo malo. Por supuesto que dicha actitud generó un vacío de democracia, un hueco que no lograron llenar con estadísticas ni palabrerías, pero que sí dio pie para que se colara el discurso pegajoso de reclamo social, esgrimido por quien va demostrando que no es precisamente el adalid de la redistribución de la riqueza sino el terco patrocinador de la detentación del poder por el placer de tenerlo, más que por el deber con su gente.

Cuando Petro defiende a mandobles a Pedro Castillo, depuesto presidente de Perú, aún a pesar de sus actos de dictador, demuestra su verdadera condición. La ratifica con la bulla internacional que hace para conseguirle un “agreement” al régimen corrupto de Maduro.

Los vacíos de nuestra democracia de hace algunos años no han sido llenados por el estado de ella que vivimos hoy. Por el contrario, el vaso cada vez se observa reducido en su contenido y las libertades restringidas en su ejercicio.

Las últimas noticias empeoran la condición de la vida demócrata colombiana: los desafueros del Palacio de Nariño, las componendas detrás del dinero, las rutas del constreñimiento a una doméstica, humilde pero llena de información, nos trasladan a la época de la muerte de Mamatoco, el boxeador magdalenense que se atrevió a retar a la policía de entonces.

Todos los caminos, que antes conducían a Roma, hoy derivan en vacíos de nuestra democracia.

Nelson R. Amaya

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