En el espíritu de estas fechas, mientras las luces de Navidad buscan alumbrar la esperanza, en La Guajira lo que brilla, desafortunadamente, es la sombra de la ingobernabilidad. Las carreteras del departamento, en vez de ser rutas de conexión y desarrollo, se han convertido en escenarios de bloqueos que paralizan el comercio, atracan las oportunidades y ponen en jaque a una región ya golpeada por la pobreza y el abandono estatal.
Los bloqueos en las vías guajiras no son un fenómeno nuevo, pero su frecuencia y gravedad en los últimos meses han llegado a niveles alarmantes. Según reportes de la Policía Nacional, en lo que va del año se han registrado más de 130 bloqueos prolongados en carreteras principales, paralizando el comercio y dejando pérdidas económicas superiores a los 25.000 millones de pesos. Para las comunidades, estas acciones son una forma desesperada de exigir atención gubernamental ante problemas que van desde el agua potable hasta la falta de alimentos en las escuelas. Sin embargo, el uso indiscriminado de esta estrategia está afectando gravemente a otros ciudadanos que, irónicamente, enfrentan las mismas carencias. Un empresario de transporte local lo resumió con amargura: “Ya ni el carbón pasa, y si no pasa el carbón, ¿qué esperanza hay para nosotros?”.
La dinámica de los bloqueos en La Guajira ha dejado de ser una herramienta de protesta legítima para convertirse en una manifestación del caos. Grupos de ciudadanos y comunidades desesperadas han optado por interrumpir el tránsito como su único medio de presión ante la sordera institucional. Empero, este recurso, que debería ser un llamado a la acción, se ha transformado en una herramienta que deteriora aún más la calidad de vida de los guajiros. Las empresas, los agricultores y hasta los pequeños comerciantes sienten el peso de una crisis que no parece tener respuesta.
Los bloqueos y la inseguridad son el resultado directo de un problema más profundo: la completa ingobernabilidad de La Guajira. Se anuncian planes millonarios para fortalecer la seguridad, pero, curiosamente, no hay rastro de resultados. La comunidad no necesita más promesas; necesita soluciones reales: mejores vías, mayor presencia policial y un liderazgo dispuesto a escuchar y actuar, y no solo simular que se gobierna. El gobernador y los alcaldes han demostrado una alarmante falta de autoridad y liderazgo. Más allá de los discursos de ocasión, no han logrado ni prevenir ni atender de manera efectiva los bloqueos. ¿Dónde está la capacidad de diálogo? ¿Dónde están las estrategias de mediación y los planes de contingencia? La sensación es que las administraciones locales están más preocupadas por sus agendas políticas que por solucionar los problemas de fondo. Mientras tanto, los atracos en las carreteras se suman a este panorama sombrío. La inseguridad vial ha llegado a niveles insostenibles, y quienes transitan por las vías de La Guajira no solo enfrentan la posibilidad de ser bloqueados, sino también de ser asaltados en cualquier momento. Esta doble amenaza convierte cada viaje en una odisea que desalienta el turismo y paraliza la economía.
Atracos 24/7: la nueva “ruta de turismo”
A los bloqueos se suman los atracos, que han convertido a La Guajira en un territorio donde transitar es un deporte extremo. Según la Defensoría del Pueblo, los robos en carreteras aumentaron un 30% en el último semestre, con decenas de denuncias semanales. Los ladrones operan con descaro, sabiendo que la probabilidad de ser capturados es casi nula.
En un caso reciente, un bus de pasajeros que viajaba de Riohacha a Maicao fue interceptado por hombres armados que no solo se llevaron dinero y pertenencias, sino que obligaron a los ocupantes a quitarse los zapatos para revisarlos en busca de más efectivo. “Hasta las medias me quitaron, como si las llevara full de plata”, relató una víctima. Y esta semana, en una imagen post apocalíptica al mejor estilo de Mad Max, la vía Albania – Uribía fue escenario de la incursión de villanos de la saga, quienes, como hienas hambrientas, retuvieron por varios minutos a un automóvil repleto de guajiros víctimas de la mala ventura. El colmo es que, según las cifras oficiales, el departamento cuenta con apenas un policía de tránsito por cada 100 kilómetros de carretera, lo que equivale a intentar apagar un incendio con un gotero. Mientras tanto, los líderes políticos se limitan a prometer “estrategias de seguridad”, tan vacías como sus discursos de campaña.
La falta de autoridad efectiva en La Guajira no es nueva, pero la Navidad de 2024 amenaza con ser una de las más críticas. La desconexión entre los gobernantes y las necesidades reales de la gente está llevando al departamento a un estado de parálisis que podría tener consecuencias irreversibles. El problema no es solo de falta de recursos, sino de ausencia de visión y compromiso. Se requiere un liderazgo valiente que aborde los bloqueos no solo con medidas de contención, sino con soluciones estructurales que incluyan inversión en infraestructura, generación de empleo y programas sociales.
La Guajira merece un diciembre lleno de unión, paz y esperanza. Pero esto solo será posible si los dirigentes locales se arman de valor, asumen su responsabilidad y trabajan por el bienestar colectivo, dejando de lado los intereses personales y las excusas de siempre. ¿Podrán hacerlo? El tiempo dirá si La Guajira seguirá atrapada entre bloqueos y atracos, o si finalmente podrá transitar hacia un futuro más digno. El año nuevo promete más de lo mismo, salvo que los guajiros, cansados de esperar, se cansen también de creer en un liderazgo que hace agua por todos lados. ¿Qué nos traerán los Reyes Magos? Probablemente más excusas.
Arcesio Romero Pérez
Escritor afrocaribeño
Miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI