El Portal de las Perlas es todo un bello e inspirador crisol caribeño de historias, migraciones, música, identidad, fiestas, tradiciones, sabores y paisajes. Situada frente al mar caribe, con hermosas y extensas playas, así como las distintas desembocaduras del río Ranchería. Su génesis lleva consigo el sello de la reubicación del asentamiento humano que le dio origen. El desplazamiento de los primeros pobladores oriundos de la isla de Cubagua, quienes tenían por oficio la búsqueda y extracción de perlas marinas, hizo que Nuestra Señora de los Remedios del Río de la Hacha, inicialmente ubicado en cercanías al Cabo de la Vela, pasara posteriormente a situarse en el lugar actual en donde se levanta imponente, pujante, hermosa y resiliente. Durante casi cinco centurias sobre sus cimentos, se han asentado y fusionado a través de sus gentes, las influencias coloniales y las tradiciones de los pueblos étnicos.
Aunque no exista en el diccionario el término, las “riohacheridades” se pueden interpretar como un conjunto de rasgos característicos de quienes hemos nacido, nos hemos criado o hemos llegado aquí, a dejarnos permear inexorablemente el alma, de eso que nos caracteriza y que nos hace únicos. Tan únicos como el territorio que con tanta calidez nos ha acogido en su seno. Es una forma de ver, relacionarse, moverse e interpretar el mundo, la vida, una inimitable manera de ser y de comportarse, de tratar al prójimo, y de andar por los vericuetos de esta bella urbe en constante crecimiento.
Mas que explicarse o describirse, en los sutiles detalles de la cotidianidad, la riohacheridad se vive. Cuando se visita a los mayores sean estos familiares o no y se les expresa afecto y respeto, cuando se saluda desde lejos a alguien muy querido con evidente emoción (eso que popularmente se llama japear ), cuando llevamos comida hecha en casa a alguien de nuestros afectos, cuando los vecinos se saludan en la mañana barriendo la terraza de las casas y comparten un poco de café o calentillo mientras conversan sobre las noticias de la ciudad, del país o sobre los últimos acontecimientos familiares o personales. Vivenciar la riohacheridad es contar anécdotas e historias que los mayores a su vez, nos contaron alguna noche sin energía eléctrica para hacer más llevadera la larga espera. Es preparar un poco más de alimento “por si acaso llega alguien”. Es colgar un chinchorro rápidamente en algún espacio de la casa porque alguien necesita un techo por poco o mucho tiempo. Es tomar café con leche en el platico, raspar cucayo de arroz de camarón, comprarles los productos silvestres a las marchantas, aunque no sean necesarios o urgentes, por el gesto simple y generoso de ayudarle a que venda pronto y regrese a su comunidad. Es regatear el valor de la ensarta de pescado, es bañarse en el mar cada vez que sea posible, es caminar en las tardes por el muelle mientras el sol cae y el cielo se pinta de rosas y anaranjados de todos los tonos terrenales y celestiales posibles.
La riohacheridad se evidencia al saludar a un coterráneo cuando se coincide en otras latitudes aunque éste no sea tan cercano. Es decir “te caigo allá” para indicar un encuentro posterior en algún lugar acordado. Es acudir cumplidamente en las madrugadas frías de enero al santo rosario de aurora, y vestirse de lino para acudir a alguna de las eucaristías del 2 de febrero en honor a la Virgen de los Remedios, antes o después de la monumental procesión en la que los varones (vela en mano o bolsillo) custodian celosamente el turno por cargar la inmensa imagen de la santa patrona en su día solemne. Es llevar a los más pequeños a la plaza Almirante Padilla a tomar agua de coco y contarles la historia del más grande prócer de los mares. Es comer exquisitos cocteles y seviches en el sector de los kiosquitos frente al memorable Club Nicolás de Federman, comer arepuelas en el tradicional barrio Arriba donde Santa Rita y haberlas probado ese mismo icónico sector donde Fedalma (Q.E.P.D), comprar los chorizos para el arroz en la calle nueve, o buscar camarones secos en la calle trece. Es recorrer el callejón de los capuchinos y dejarse maravillar por los hitos de nuestra historia, contados en esos paneles informativos, mientras el paisaje cobra vida en las flores de las trinitarias y las enredaderas que hablan de la generosidad y abundancia de la naturaleza. Es ir al parque Nicolás de Federman y sentarse a esperar que inicie la misa en la capilla de la Divina Pastora. Es evocar los festivales del Dividivi, las kz´s de carnaval, recordar los Bandos de Brito, las irrepetibles mojaderas y por qué no, bailar en la madrugada en un pilón de los embarradores, manifestación cultural de más de 150 años, única que se realiza en el más antiguo carnaval de Suramérica: el Carnaval de Riohacha. Es vestirse de pilandera, reconocer quien es la Comay Pipi, quien fue la hermana Josefina Zúñiga Deluque y saludar con reverencia el busto del admirado profesor Luis Alejandro López “Papayí”, a quien tanto le debe la ciudad, comenzando el precioso himno de su autoría.
También es comprar pescado en el tambo y mariscos en la circunvalar. Es ver a los pescadores volver de su faena temprano en la mañana, recorrer el malecón haciendo deporte o andar pausadamente por el simple placer de recorrerlo, disfrutando de un paseo que inunda los sentidos con el colorido y la belleza inconfundible de las artesanías wayuu. Es recorrer la zona rural en busca de los mejores frutos de la tierra, el queso fresco, los dulces típicos y la más cálida atención en los patios y puestos de comida afroguajira.
También es vivenciar, preservar y transmitir a las nuevas generaciones, el supremo valor de la consideración, inculcado con amor y ejemplo por nuestros mayores, para quienes la familiaridad trascendía la consanguinidad, y los comadrazgos y compadrazgos eran pactos de fraternidad, afecto genuino y respeto mutuo para siempre. Es acompañar a amigos y conocidos en momentos de dificultad económica, enfermedad o luto, pues esto fue para ellos un mandato moral, superando cualquier circunstancia de distancia o tiempo. También es ir al mercado (al nuevo o al viejo, aunque el nuevo tenga más de treinta años) y tener proveedores de confianza a quienes siempre se les compra y quienes espontáneamente nos pueden brindar un café, una aromática, o un juguito mientras nos atienden.
Es sentirnos orgullosos porque en esta ciudad fue concebido en la luna de miel de sus padres, el más grande escritor colombiano de todos los tiempos, en una casa que permanece intacta en la calle 3 entre carreras 5 y 6 en el centro histórico y quien muy probablemente, para sorpresa del mundo, nació aquí (todos estamos atentos a los avances de la investigación de Fredy González). Significativo, además, el lugar especial que en el paisaje urbano ocupan Riohacha y La Guajira, sus tradiciones, anécdotas y personajes, en su trascendente legado literario.
Merecen especial admiración, preservación y cuidado, las casonas de interés patrimonial como la casa Vence, la casa Pinedo Deluque o la casa de la Aduana en la que se ubica actualmente la Dirección de Cultura Distrital y que tanto requiere ser intervenida y recuperada para convertirse en un centro de memoria local, tanto como lo es el Teatro Aurora
En cada uno de esos detalles, el alma colectiva se honra y se infinita, enseñando con amor a los más pequeños, el amor y el valor incalculable de ser riohachero. Existe una tendencia natural que desde muy temprano se cultiva, para crecer con un ingenio peculiar dotado de identidad, que aporta, además, un especial sentido de la vida y de propósito, unido al proyecto societario común que nos motiva, fortalece y nos une como comunidad en el camino hacia los primeros cinco siglos.
Por ello, ad portas de sus 480 años, resulta necesario y a la vez pertinente, hacer un recorrido por el esplendor variopinto de nuestro pasado como territorio ancestral atravesado en distintos momentos por las migraciones, empapado a la vez por la fluidez del comercio a través del Caribe que nos ha unido con espacios insulares que hoy son hermanos como Aruba y Curazao. Recordar la prosperidad que hizo que en nuestra ciudad en siglos pasados se situaran las sucursales de los primeros bancos como el Dugand, y consulados como el de Estados Unidos. Son estos hechos que dan testimonio de la relevancia de este destacado puerto comercial de los siglos XIX y XX, convertido en el mejor lugar para el establecimiento de empresas influyentes y destacados migrantes visionarios y valientes que lograron, aún en medio de la nostalgia de extrañar sus lugares de origen y las vicisitudes propias de los traslados a otras latitudes, permear con sus tradiciones, educación y vocación, no solo la prosperidad de sus empresas, si no, el entorno local en el que hallaron un nuevo hogar.
Las riohacheridades se constituyen también, en mecanismos que invitan a afrontar los desafíos del presente: el desempleo, el cambio climático, la movilidad, la conectividad aérea, la diversificación productiva, el comercio marítimo, el potencial agrícola, los mercados en el Caribe y la transformación urbana. A pesar de las dificultades, la ciudad se reinventa, y sus habitantes mantienen la esperanza y la alegría. El arte, la literatura y la música siguen floreciendo desde la diversidad, siendo estas de las mayores riquezas pues emergen como la expresión inimitable de nuestra identidad, lo cual es irremplazable y único.
Este mosaico diverso y profundamente humano de historias, de tradiciones, de anécdotas, de costumbres, de leyendas, de expresiones y manifestaciones que en gran medida alimentan y hacen parte esencial de nuestra cultura, nos comprometen aún más con su presente y su futuro. Esta marca-territorio es más un estado del ser colectivo, que debe ser protegido y honrado por quienes tenemos a Riohacha por cuna y hogar. La Fénix del Caribe, El Portal de las Perlas, la Pechichona del Caribe, la Consentida de la Vieja Mello, nos invita también a renombrarla con sentido de pertenencia, y a hacer diariamente, pequeñas pero sinceras y comprometedoras acciones de amor por el buen vivir de sus gentes. Celebremos estos 480 años a través de las riohacheridades, y preguntémonos también, ¿Cuál es el regalo que le daré en su aniversario como ciudadana o ciudadano, a mi amada Riohacha?
María Isabel Cabarcas