Esta semana, el presidente Gustavo Petro propuso la construcción de un canal interoceánico en el Chocó como alternativa al Canal de Panamá, que actualmente se encuentra en una situación crítica debido a la sequía. No es la primera vez que se ha presentado una iniciativa similar en tiempos recientes. En 2011, el expresidente Juan Manuel Santos anunció que China estaba interesada en construir una conexión ferroviaria entre el Atlántico y el Pacífico, una idea que podría tener un gran impacto en el desarrollo de Colombia, pero que también podría afectar negativamente al medio ambiente y a las comunidades cercanas al Tapón del Darién.
El proyecto de conectar los dos océanos, ya sea por tierra o por agua, ha sido considerado durante las presidencias de Belisario Betancur, Virgilio Barco y Ernesto Samper, y se ha estado evaluando desde 1964, por disposición del Gobierno de Guillermo León Valencia. Según la Comisión de la Verdad, estos intentos «generaron una serie de desplazamientos y abusos por parte de instituciones como el Inderena. Estos movimientos llevaron a la pérdida de tierras, hogares, y lugares de cacería y cultivo para los pueblos indígenas y comunidades negras en la región».
Si miramos hacia atrás, incluso podemos encontrar órdenes del emperador Carlos V en 1534 para «levantar mapas y calcular, con toda diligencia, costos y tiempos necesarios para determinar la factibilidad de la monumental obra». El resultado de siglos de exploraciones fue la construcción del Canal de Panamá, que hoy enfrenta desafíos debido a la sequía y el cambio climático, lo que ha implicado una reducción en el número de barcos y restricciones en el calado. Esta situación ha llevado a la disminución de los peajes y enormes pérdidas económicas para el canal de navegación del istmo.
Es cierto que estamos frente a una oportunidad histórica de resarcir definitivamente la separación de Panamá de Colombia, que ocurrió el 3 de noviembre de 1903 debido a los intereses geopolíticos de Estados Unidos y nuestro enfermizo centralismo político. Los separatistas panameños, respaldados por Estados Unidos, convirtieron el olvido de las fronteras en la peor pérdida de oportunidad que Colombia ha enfrentado en términos de comercio global y geoestrategia. Quizás esta pérdida evitó que nuestro conflicto interno fuera aún más devastador, pero ninguna danza de los millones repararía los perjuicios causados.
Por consiguiente, expreso mi apoyo a la construcción del canal interoceánico del Chocó. Sin embargo, frente a este renovado interés en construir una vía interoceánica, es crucial que Colombia aborde el proyecto con una perspectiva de soberanía e independencia, evitando caer en condiciones desfavorables impuestas por potencias extranjeras como China o Estados Unidos. La historia nos ha enseñado que los grandes proyectos de infraestructura pueden tener consecuencias duraderas no solo en la economía y la geopolítica, sino también en el tejido social y el medio ambiente de las regiones involucradas.
Por tanto, cualquier esfuerzo para llevar a cabo este ambicioso proyecto debe comenzar con una reforma profunda del sistema político que asegure que las comunidades fronterizas, especialmente en el Chocó, tengan una verdadera autonomía que les permita participar activamente y beneficiarse de manera justa del desarrollo. Además, es imprescindible que la planificación y ejecución del canal interoceánico se realicen con un enfoque integral que tenga en cuenta todos los posibles impactos ambientales.
Esto implica realizar evaluaciones de impacto exhaustivas, transparentes y participativas que involucren no solo a expertos, sino también a las comunidades locales, especialmente a los pueblos indígenas y afrodescendientes cuyas vidas y medios de subsistencia podrían verse directamente afectados por el proyecto. Solo de esta manera podremos asegurar que la danza de los millones que podría desencadenar este proyecto beneficie a todas las regiones, particularmente al Pacífico, y evite la repetición de los errores del pasado. «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo», George Santayana.
Juan Manuel Galán