UN DÍA DE LIBROS Y EPIFANÍAS EN LOS CEREZOS

Si quieres que tu hijo sea inteligente, léele cuentos. Si quieres que sea más inteligente, léele más cuentos.» — Albert Einstein

Eran las 8 de la mañana del 7 de marzo de 2025 cuando descendí del autobús en la terminal de Riohacha. Allí me esperaba Higuita, un taxista de la zona cuyo verdadero nombre, supe después, era Samuel Alfonso Barrera Castrillón. Cuando le pregunté por qué lo llaman Higuita, confirmé mis sospechas: alguna vez tuvo la melena abundante de su homónimo, el legendario portero de la Selección Colombia, y porque defiende el arco en un equipo de veteranos que dirige Mambo Torres. Con un gesto amable me indicó que subiéramos al taxi y, en cuanto el motor rugió, comenzó su monólogo sobre el estado de la ciudad y el terminal.

«Esto no es un terminal, es un paradero», dijo con desazón. Me habló de cómo los buses de Brasilia eran los únicos que entraban regularmente y algunos de Rápido Ochoa y Superstar. Los demás apenas se detenían a dejar pasajeros antes de continuar a toda velocidad. La tristeza en su voz no era solo por la terminal, sino por Riohacha misma, por sus problemas sin resolver. Me escuchó en silencio cuando le hablé de literatura, pero pronto volvió a sus ideas para arreglar el mundo.

Llegamos a la Institución Educativa Helion Pinedo, sede Los Cerezos, cuando el sol ya abrazaba con fuerza. Me recibió con una sonrisa Mairesol Griego, la profesora que había organizado el evento y quien en otros tiempos había sido mi alumna. Originaria de Tomarrazón, su amor por la lectura y la escritura la había llevado a construir espacios donde los niños pudieran enamorarse de las letras. En el patio, 341 infantes esperaban ansiosos el inicio de la jornada, con los ojos brillantes de expectativa. También estaban allí la escritora Vicenta Siossi, una de las mejores escritoras colombianas de literatura infantil; el coordinador Rafael Barreto; la profesora Milbellys Movil, pionera del Programa Lector y Anyela Moscote, una joven afrocolombiana que tiene la ilusión encendida de posicionar el turismo de Riohacha en la agenda nacional.

El ambiente era una fiesta de colores y sonidos. Se respiraba el aroma dulzón de los cerezos que le dan el nombre a la escuela y el perfume fresco de los árboles de mango que daban sombra en los rincones del colegio. El recinto estaba decorado con detalles inspirados en «La Señora Iguana», el hermoso cuento de Vicenta. Había iguanas por todas partes: en los escritorios, en las paredes, en pequeñas figuras de papel que colgaban del techo. Un cartel capturó mi atención: «No maten las iguanas». Me conmoví, pues en mi propio patio las cuido con esmero, les dejo agua y las protejo de depredadores, especialmente de aquellos de dos piernas y de los gatos.

La jornada inició con una oración y el himno de la institución, entonado con entusiasmo por los niños. Vicenta se dirigió a ellos con la elocuencia que solo tienen quienes saben transformar la literatura en un puente hacia la imaginación. Sus palabras fluían como versos que cautivaban a los pequeños, quienes la escuchaban con devoción. Luego fue mi turno. Me presenté y compartí mi amor por las letras, recordando la tertulia de la noche anterior, «Lluvia de flores y mariposas amarillas: crónica de un jueves anunciado», donde habíamos celebrado el natalicio de Gabriel García Márquez y el mío propio, que coinciden en un mismo 6 de marzo, aunque en diferentes años.

Hubo teatro, poesía, música y risas. Los profesores, vestidos de verde iguana, irradiaban alegría y pasión por la enseñanza. En medio de aquella efervescencia literaria, la melancolía se asomó en mi corazón. Recordé los tiempos en que, como secretario de educación, impulsaba eventos como este de manera permanente.

La sorpresa de la jornada llegó cuando subieron al escenario dos niños de piel clara y cabello amonado. Participaban en la versión infantil de un programa llamado «Yo me llamo Alejandro Rutto». Sus nombres eran Milan Joshep Pulgar Barrero y Edaiver Deluque Fuentes. Verlos hablar como si fueran yo, con una seguridad que ni siquiera yo mismo poseo, fue un momento de epifanía.

Cuando la jornada llegó a su fin, me despedí con el corazón lleno. Higuita no estaba disponible, seguramente ocupado en su estéril tarea de arreglar el mundo con quien quisiera escucharlo. En su lugar, compartí el regreso con Vicenta. Durante el trayecto me habló de su vida en la ranchería, cerca de Pancho, donde se siente embelesada con la tierra de sus ancestros. Le entregué un ejemplar de mi libro de cuentos «La procesión de los apóstoles» y le pedí su opinión. Cuando me de su veredicto, lo compartiré con ustedes.

Al despedirme de ella, comprendí que la literatura es un lazo indisoluble que une tiempos, espacios y corazones. Donde hay libros, hay felicidad. Donde hay proyectos de lectura, hay esperanza. Y en cada niño que hoy escuchó una historia, se sembró una semilla de futuro.

Alejandro Rutto

DESCARGAR COLUMNA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir chat
💬 ¿ Necesitas ayuda?
Hola 👋 ¿En qué podemos ayudarte?