YIN DAZA: EL CAMPANARIO QUE DESPERTÓ A SU PUEBLO

“Nada más digno de admiración que un hombre que, en medio del ruido del mundo, escucha con claridad la voz de su conciencia.” — Marco Aurelio

Nació un 4 de abril de 1922, bajo el sol de un San Juan del Cesar que en aquel entonces pertenecía al Magdalena Grande, cuando La Guajira aún no era departamento sino promesa. Su cuna fue el hogar de un médico con vocación de apóstol, el doctor José Manuel Daza Parody, y de una dama samaria de temple fino y corazón generoso: doña Virginia Noguera.

Desde pequeño, José Manuel “Yin” Daza Noguera pareció tener en la frente el brillo de quienes ven más allá de la inmediatez. Sus ojos —como los de los hombres que no temen al porvenir— estaban siempre abiertos a las señales del alma y del mundo. Cursó sus estudios primarios en su tierra natal, y luego emprendió un viaje en barco de vapor por el río Magdalena hasta Puerto Berrío, como si desde temprano el destino le dibujara el mapa de la Colombia profunda. De allí siguió a Medellín, donde culminó su bachillerato en el Colegio San Ignacio de Loyola, graduándose en 1938.

En Bogotá, estudió Filosofía, Letras y Periodismo en la Universidad Javeriana, donde se graduó en 1942. Su pluma fue machete limpio abriéndose paso entre la maleza del silencio. Cada artículo suyo parecía un golpe sobre la mesa de los poderosos y una caricia en la espalda del pueblo.

Publicó en El Siglo, en revistas regionales y en las ondas de Radio Guatapurí de Valledupar, donde sus “Notas” se convirtieron en alimento para la conciencia de muchos. Escribió con el ritmo del corazón de la provincia: con ternura, con rabia, con lucidez, con amor. Cada frase suya dejó un rastro de luz en la memoria colectiva.

Yin también caminó el territorio, conversó con su gente, abrió trochas de entendimiento. Fue dos veces congresista (1964–1966 y 1974–1978), alcalde y concejal de San Juan. Defendió las causas de su tierra con voz firme, sin elevar el tono, pero dejando claro que la dignidad no se negocia.

Su biblioteca —una de las más voluminosas y selectas de la región— habló de su disciplina lectora y de su sed de conocimiento. Yin fue erudito sin alarde, maestro sin cátedra oficial. Su casa, en cambio, fue un aula sin paredes donde se aprendió de política, literatura y humanidad.

Se casó el 22 de diciembre de 1945 con Paulina Teresa Daza Martínez, una mujer de belleza serena, de ternura silenciosa, de presencia firme. Juntos tejieron una familia entrañable con siete hijos: María Cristina, Paulina Teresa, Rosa Cecilia, Armando José, Martha Lucía, Cecilia Inés y Virginia Margarita. En esa casa se respiró la abundancia del amor bien sembrado, la del respeto ganado.

Fue anfitrión de presidentes como Mariano Ospina Pérez, Guillermo Valencia, Misael Pastrana Borrero y Alfonso López Michelsen, pero su mayor orgullo fueron las visitas ilustres que recibió de su gente. Lo saludaron con la mano en el corazón. Lo llamaron Yin como quien llama a un familiar, a un hermano mayor, a un hombre confiable.

Amó el periodismo, pero también la tierra. Se dedicó con esmero a las prácticas agropecuarias en su municipio, donde fue conocido por su sencillez y su espíritu colaborador. Habló o escribió cuando otros bajaron la cabeza. Yin preguntó cuando todos guardaron silencio. Yin creyó cuando otros fingieron.

Sus artículos quedaron recogidos en el libro Itinerario de un periodista (1994), en el que se publicaron varios capítulos: Vida periodística en Antioquia, Reflexiones cotidianas, Crónicas de provincia, Ideario político, Remembranzas. Obras que narran y respiran.

Murió el 16 de marzo de 2013, a la edad de 91 años. Pero se quedó en las calles, las esquinas y la memoria de su pueblo. Porque quienes han sembrado palabras justas en tierras sedientas permanecen. San Juan aún lo recuerda con los ojos llenos de gratitud. Los que lo conocieron sienten que Yin fue campana de barro en plaza olvidada: sonó para despertar al pueblo con el eco justo de la verdad.

Fue historia contada desde adentro. Fue voz de la provincia. Fue brújula moral. Y sigue siendo eso: una presencia viva que camina con el pueblo, como el rumor de un río que nunca se seca.

 

Alejandro Rutto

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