¿Por qué nos interesa tanto el futuro? ¡Porque ahí pasaremos el resto de nuestros días!
Es por ello por lo que es insoslayable buscar y asegurar un desarrollo sostenible en el nuestro planeta. Es un concepto que ha originado muchas discusiones entre los expertos durante su construcción, especialmente entre economistas y ambientalistas, a quienes se sumaron posteriormente los expertos en temas sociales y políticos. Hasta ahora se ha llegado a una definición, que en términos generales es aceptada por muchas de las “partes interesadas”: el desarrollo sostenible es el que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social.
Este concepto se convirtió en una aspiración internacional desde 1987 con la publicación del informe Brundtland, auspiciado por las Naciones Unidas, en el que se alertaba sobre las consecuencias medioambientales negativas del desarrollo económico; fue un primer intento de buscar soluciones a los problemas derivados de la industrialización y el crecimiento de la población.
El actual secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, abrió la septuagésima sexta asamblea de este organismo, que se realiza en estos momentos en Nueva York, con estas inquietantes palabras: “Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida”. Es, sin dudas, un claro y contundente mensaje que invita a todos los lideres de mundo a actuar ya, sin dilaciones.
Y no es para menos, pues para lograr el desarrollo sostenible de la humanidad se requiere superar muchos de los retos que enfrentamos como seres humanos, entre ellos el calentamiento global, la escasez de agua, las desigualdades o el hambre, considerados los más urgentes, que sólo se pueden resolver desde una perspectiva global, con el explícito compromiso y el activo involucramiento de todos los lideres y gobiernos, entidades multilaterales, empresas y ciudadanos de todos los países. Se trata de un esfuerzo colectivo para perseguir el bienestar de la humanidad y proteger el planeta simultáneamente.
No sólo se requiere del liderazgo de los países desarrollados para la coordinación de la acción colectiva, a la que todos debemos coadyuvar, sino también, y en gran medida, se requiere la voluntad política para ayudar sin mezquinos egoísmos, con la disposición para desprenderse de los privilegios económicos, políticos y sociales que les provee el statu quo. Ese es un sacrificio enorme, sin dudas, pero que se justifica para evitar el sufrimiento de toda la población mundial en un futuro muy no lejano.
Por supuesto que esa no es una aspiración fácil de lograr, especialmente cuando la población mundial aumenta constantemente. En efecto, al revisar las cifras disponibles causa impresión observar que a finales de 1999 la población mundial era de 6 mil millones de personas y hoy ya somos aproximadamente 7.8 mil millones. Las proyecciones nos indican que -si no ocurre algo extraordinario- la población llegaría a 10 mil millones en el 2055. El panorama es más dramático si se contempla la cada día menor disponibilidad de los recursos no renovables finitos requeridos para satisfacer las necesidades de esa creciente población.
Es en ese contexto en el que surge la pregunta que encabeza esta columna. Los países no desarrollados, que son la mayoría, han absorbido en mayor porcentaje el crecimiento de la población, incrementando sus niveles de vulnerabilidad y pobreza. Es probable que los países que conforman el G-20 continúen disfrutando de su posición privilegiada por algunas décadas adicionales, pero al final todos sufriremos las consecuencias de un planeta devastado y sin recursos no renovables.
Según datos recientes de la Organización de Meteorológica Mundial (OMM), el planeta sigue en la senda de un calentamiento acelerado que podría llevar a un aumento de temperatura de hasta 3 grados centígrados, frente a los 1.5 grados planteados en el acuerdo de Paris en 2015, o los 2 grados considerados como límite máximo. El secretario general de esta organización manifestó hace pocos días que “Si fracasamos en la mitigación del calentamiento global tendremos un problema permanente durante cientos de años, y sus efectos en el bienestar humano y en la economía serán mucho más dramáticos que los que ha tenido la pandemia del covid-19”
Esta es información seria, obtenida con el método científico por una organización igualmente seria, que nos debe llevar a reflexionar mucho. No se trata de propagar un terror ambiental. Se trata de crear conciencia sobre la urgente necesidad de mentalizarnos y prepararnos para transformar de manera disruptiva el modelo de vida actual. La resiliencia colectiva será clave en todo ese proceso. La humanidad entera necesitará reforzar su adaptabilidad o su habilidad de aprender flexible y eficientemente y para aplicar ese nuevo conocimiento a las nuevas realidades que se presenten. Al abrirnos al cambio oportunamente, podremos influir en cómo reaccionar en tiempos de incertidumbre, antes de que las presiones aumenten hasta el punto en que alterar el rumbo sea mucho más difícil, o incluso inútil.
Para asegurar el futuro que queremos, y ante las grandes amenazas que enfrentamos, tanto los lideres mundiales como todos los miembros de la humanidad, tenemos que hacer los esfuerzos necesarios para evitar incurrir en la paradoja de la adaptabilidad, que se manifiesta en que cuando más necesitamos aprender y cambiar, más nos apegamos a lo que conocemos y poseemos.
Álvaro López Peralta