LAS DOS COLOMBIAS

El título de la columna no está enfocado a un apelativo dado a los dos países que coexisten en Colombia, una nación macrocéfala concentrada en las principales ciudades, particularmente en Bogotá donde se realizan las principales actividades económicas, las decisiones políticas y de negocios del país, y por otro lado regiones raquíticas, empobrecidas oteando de lejos la vigorización del fenómeno. El patronímico de la columna tampoco alude a la Colombia ilegal y mafiosa y la legal e institucional aparentemente paralelas y separadas, pero no hay tal, no son antípodas, trabajan mancomunadamente. La Colombia mafiosa está incrustada en la Colombia legal. El análisis del escrito se centra básicamente en las dos Colombias percibidas desde orillas ideológicas y políticas antagónicas, característica del país contemporáneo.

El país obviamente está polarizado, situación de la cual sacan provecho quienes ostentan el poder. Es absurdo suponer un escenario de alguien al margen del control del Estado obteniendo réditos de la polarización. Es una estrategia diseñada y concebida para perpetuarse en el poder. A la facción que desde las esferas gubernamentales promueve la polarización no le interesan ni le convienen los consensos. Es un viejo truco: “Divide y reinaras”. Asistimos a una fuerte radicalización de la derecha más recalcitrante del país liderada por el Centro Democrático, el partido Conservador y por “los rezagos clientelistas” de los otros partidos: Cambio Radical, La U, el Partido Liberal. En ese escenario polarizado las políticas redistributivas y reivindicativas en materia social no tienen cabida. Allí abarcan proyectos, iniciativas gubernamentales y legislativas que beneficien a grandes empresarios, a grandes latifundistas y algunas dadivas asistencialistas entregadas a los más vulnerables. Migajas que caen de la mesa donde se sientan a manteles los plutócratas criollos.

De esa polarización emanan ópticas opuestas sobre la gestión gubernamental y la realidad nacional. Un sector con una visión quimérica: el mejor de los mundos posibles, todo funciona fantásticamente: No hay masacres, no hay asesinatos, torturas y violaciones a civiles por parte de la Policía o el Ejercito, no hay desigualdad, no hay corrupción, no hay desempleo, se han atendido y auxiliado las microempresas durante la pandemia, no hay ataques a la estabilidad institucional, no hay “mermelada” repartida a los partidos políticos, no hay cooptación de los poderes estatales, no hay intentos de fisurar Los Acuerdos de la Habana, no hay narcotráfico, no hay Bacrim, no hay guerrillas,  no hay narcotráfico, y si algo de ello existe es culpa de la oposición y de la izquierda o de Santos. Tampoco hay pandemia o se ha manejado inmejorablemente. Nada más alejado de la realidad, gradualmente se ha develado la pésima gerencia de la crisis sanitaria. Con 784,268 casos y 24,746 muertes somos segundo en América Latina después de Brasil en casos reportados y cuarto en muertes. A nivel mundial estamos en los lugares 5 y 6 respectivamente. Desde la otra perspectiva la mirada es contrapuesta. Como la realidad está allí independientemente de nuestros deseos. La mirada debe ser objetiva y desapasionada, confrontada con los argumentos de cada sector. Hay dos visiones. La verdad es una sola. El manido cuento de cuestionamientos izquierdistas no da para explicar la diferencia percibida.  Otro viejo truco de la extrema derecha. Maniqueísmo puro.

Demasiado simplista pretender minimizar y caricaturizar algo complejo. Magnificar y medir la gestión de un gobierno parroquial y esquemáticamente: inventario de obras de infraestructura, de las cuales, todas o la mayoría iniciadas por sus antecesores, algún día se tenían que entregar, le tocó a Duque. Es archiconocido el trasfondo de esas obras, “coimas”, comisiones, etc. Verbigracia Odebrecht. Somos uno de los lugares más corruptos del planeta. Con las reflexiones previas no queremos subestimar ni restar importancia a las obras de infraestructura, por supuesto son necesarias para el desarrollo económico. Pero es un infantilismo reducir la gestión de un gobernante a la infraestructura. Los avances de una nación moderna se miden también a través de logros en educación, en reducción de pobreza y desigualdad, fortalecimiento institucional del Estado, indicadores de salud, política ambientalista acorde con las tendencias modernas, y otros aspectos no cuantificables, este gobierno se raja en esos indicadores.

Estamos en manos de un presidente cronológicamente juvenil, pero con pensamiento arcaico, retrogrado, retardatario. Colombia se encamina a una dictadura. Se desacata un fallo de la Corte Suprema en el caso Uribe y el Ministro de Defensa renuente a cumplir con lo dispuesto en la sentencia que le ordena pedir perdón y que obliga a reglamentar protestas. Un país en el que después de lo ocurrido los días 9,10, y 11 de septiembre no haya responsables políticos e institucionales adolece de graves dolencias democráticas. La situación en materia de derechos humanos es delicada. Sería interesante revisar los conceptos y con toda seguridad se concluirá que la mayor amenaza al sistema democrático colombiano proviene del Duquismo, por no decir uribismo. Repasar los pilares de la democracia para no correr el riesgo de tamaña pifia, o no sabemos interpretar la esencia de un sistema democrático. Esas pifias ocurren por apelar a lugares comunes. Escribir por escribir.

Coletilla: Ojalá se den razón, asimismo, dejen a Santos en ridículo y confirmen lo sostenido en torno a la negligencia de ese expresidente con respecto a La Guajira. Duque termine la Represa del Ranchería, le quedan menos de dos años.

 

JOSE LUIS ARREDONDO MEJIA

 

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