Definitivamente, Colombia es un país, donde nuevamente se está recrudeciendo la violencia y volvimos a la inseguridad. No se percibe el control del territorio, ni el control de la violencia, ni el control de la seguridad ciudadana, ni el control del conflicto interno. Esto parece que dijeran en un alta voz, sálvese quien pueda. El escepticismo y la incertidumbre se han apoderado de la esperanza de nuestro país. Vivimos en un país que otros señalan de narcodemocracia, narcoterrorista y una nación polarizada políticamente, donde el uso violento del lenguaje, la fuerza y las armas lo divide más y más.
Colombia resistió más de medio siglo de violencia y conflicto armado interno, y más de dos décadas de narcoterrorismo, y hoy, parece que esa violencia que nos marcó el alma, la mente y los corazones, quisiera recrudecerse si a tiempo no se le pone un tatequieto. No cesa la horrible noche ni llega la libertad sublime tan anhelada. Algo está fallando y se requiere impulsar con hechos la paz y la convivencia entre los colombianos, porque aún se sigue manchando con sangre las calles y las familias de nuestro pueblo. En Colombia, la paz es un clamor nacional, los colombianos vivimos en medio de dos fuegos cruzados que nos tienen sometidos al miedo y que nos han quitado la libertad.
Hoy más que nunca los ciudadanos reclaman un acuerdo en lo fundamental a través de un acuerdo nacional que le apueste a la paz y destierre de una vez por todas y para siempre, la cara de la violencia. Hacemos un llamado desde el clamor de los ciudadanos a la tolerancia y al respeto por las diferencias ideológicas y de pensamientos para que aprendamos a vivir en medio de las diferencias en un marco del respeto por la vida, la familia, la sociedad, el presente y el futuro de la patria. Colombia requiere la paz política y democrática, donde todos podamos vivir como colombianos pensando diferentes y desde orillas distintas.
Detengamos este holocausto de país, solo por la confrontación de intereses ideológicos y la ambición desmedida por el poder económico y político que amenaza con manchar con sangre el territorio, la patria, la democracia y la población. Un acuerdo nacional debe cumplir y hacer cumplir la constitución y hacer respetar las leyes, las instituciones y las autoridades legalmente constituidas hasta lograr el control del territorio y la soberanía nacional. Colombia es un país hermoso, con gente emprendedora y pujante y un territorio exótico de contrastes, un pueblo pluriétnico y multicultural que merece otra suerte distinta a este canibalismo de comernos unos a otros y entre sí, solo peleando poder y territorio.
Ahora si es verdad, que nuestra clase política y gobernante, debe pensar más en las próximas generaciones y no tanto, en las próximas elecciones. Hay que pensar en fortalecer más esos hogares disfuncionales y en la violencia intrafamiliar y en las enfermedades mentales que azotan y envilecen a los colombianos y como una pandemia reducen a la población. Hay que generar más y mejores políticas públicas dirigidas a esos niños que mueren de hambre en Guajira y Chocó y aquellos que engrosan las filas de los grupos delincuenciales al margen de la ley o que se vuelven sicarios a temprana edad para sobrevivir en el bajo mundo porque esta sociedad no le da otras opciones.
Se escucha un grito sordo en el desierto y la provincia colombiana que pide que canten los niños y haya seguridad alimentaria y nutricional en sus hogares. La otra Colombia reclama seguridad ciudadana y menos violencia, menos terrorismo, menos miedo, más oportunidades de educación, salud y trabajo digno y decente, y por supuesto, menos desigualdad y más equidad para consolidar la paz. Los colombianos tenemos que quitarnos los guantes y empezar a vivir como hermanos, dejar de gritarnos que unos son paracos y otros guerrilleros, y aprender a gritarnos orgullosamente que todos somos colombianos de pura cepa.
Tiene que haber un nuevo amanecer, hermoso y lleno de esperanzas en el almanaque, donde los colombianos aprendamos a sentir un mayor respeto por el otro y por su vida y no queriendo apagar su luz para brillar nosotros. Todos seguimos soñando con ese país donde queremos vivir, sin tanta violencia, sin tantas muertes, sin tanto terrorismo ni narcotráfico, sin tanta corrupción y sin tanto odio ni rencores, donde la paz sea posible. Esa es la Colombia con la que soñamos todos para nuestros hijos y compatriotas.
Rafael Humberto Frías