CAMILO NAMÉN RAPALINO, UN GIGANTE DE LA CANCIÓN VALLENATA

La vida de Camilo Namén, “el grande” no por su estatura, se ha prestado para todo, incluso para la política. Él es el creador de clásicos como “Mi gran amigo”, “Recordando mi niñez” y “Las canas de mi vieja”.

Camilo Namén Rapalino es un contador de historias, vividas o no, pero que han sido un soporte fundamental para el folclor vallenato. / Cortesía

Los viejos “Pepo” y “Concha” jamás imaginaron que el muchacho que todos los días corría a hablar con las aguas de la Ciénaga de Chimichagua (Cesar), donde nació el 22 de junio de 1944, se convertiría con el paso del tiempo en un narrador musical de primera línea.

Su primera incursión en el arte de componer se produjo por el influjo de la guaracha, que lo llevó a componer en ese ritmo un tema con el nombre de Chicho. Ese fue el inicio del muchacho, que un día después de ver a una paisana que lavaba se llenó de coraje para decirle a su mamá, “yo soy compositor”. Ella, ante esa manifestación, le mandó una carcajada como respuesta, igual a esas que ahora él acostumbra a brindarles a sus amigos.

Al llegar en la década del 60 a Valledupar como todo muchacho de la provincia, su referente musical era Escalona en la mañana, al mediodía y en la noche. Él lo quería conocer. Lo buscó hasta la saciedad y, al fin, pudo dar con el escurridizo creador que no tenía paradero fijo. Cuando lo tuvo al frente, no tuvo otra salida que decirle cómo era de desbordada su admiración. Escalona un gallo juga’o, en eso tener gente a su alrededor convirtió a Namén Rapalino en una especie de Sancho de Panza.

Al perder a su padre, Felipe Namén Fraija en 1970, en un absurdo accidente, regresó de Maicao, donde estaba en busca de un mejor horizonte, al tiempo que vivía el dolor de las nueve noches que se hacían en la provincia como todo un ritual exaltador a la vida del difunto.

Estaba de moda el cantautor argentino Piero con su obra Mi viejo, mientras viajaba en un taxi en compañía de su hermano Ismael, le llegó la musa y compuso uno de los merengues más adoloridos que se haya hecho en el Vallenato. Sus versos y la melodía, lo llevaron a construir Mi gran amigo, un clásico que recoge el dialogo eterno entre un buen padre y un buen hijo. “Mi padre fue mi gran amigo, mi padre fue mi amigo fiel, mi padre se jugaba conmigo y yo, me jugaba con él”, ahí está dicho todo en ese testamento afectivo.

Ese merengue cantado en 1971 por “El Cachaco” Jiménez, lo llevó a disputar junto al malogrado creador Fredy Molina Daza, el cetro como rey de la canción inédita del Festival de la Leyenda Vallenata, donde obtuvo el segundo lugar, detrás de El indio desventurado, que se constituyó en el primer reconocimiento a esa naciente labor como compositor. Un año más tarde, la gloria cubre de nuevo su obra musical. Y es la voz de Jorge Oñate, con el acordeón de Miguel López, quienes lograron ponerle el sello interpretativo que necesitaba ese canto.

Con la voz de “El Cachaco” Jiménez defiende el paseo Recordando mi niñez, que recoge en esencia la vida infantil que él vivió, pero que a la vez es un cuadro recurrente en las vivencias tempranas de la provincia. “De recuerdo grato, me queda un retrato, que la vieja “Concha”, pequeño me tomó, por eso es que lo miro a cada rato, entonces me pregunto, este soy yo”, es el verso que refrenda los lazos afectivos del creador con sus padres y en especial con su inolvidable madre, a quien luego le compuso el paseo Las canas de mi vieja, en el que reivindica todo su mundo afectivo que luego de muchos de ausencia, sigue presente en su vida.

El mundo de la bohemia en la vida de Camilito para unos y Camo para otros, ha sido una constante. A los 14 años supo lo que era dialogar borracho con él sobre un amor que se resistía a no darle el sí. A recordar, los momentos difíciles que la vida tiene, a musicalizar lo impensable y ponerlo color a lo que muchos no le dan sentido. Un día de esos, en que la nostalgia golpea de frente, llegaron los recuerdos que a manera de fotografía en blanco y negro recogía los pasos de un niñito que, voz en pecho, gritaba en las calles de su pueblo, con la tártara en la mano.

Ese era su oficio natural, vender cuca y todo lo que su madre le dijera. De ahí surge un paseo narrativo y sentido que calca su historia: “Y yo recuerdo del pantalón cortico, cuando yo vendía arepa con la tártara en la mano, vendiendo cuca pa’ todos mis paisanos y como se han pasado esos tiempos bonitos, me enorgullece tener que recordarlos, con sentimiento lo recuerda Camilito”.

La vida de Camilo Namén, “el grande”, “el gigante de la canción”, no por su estatura, ya que sus canciones han podido rebasar los centímetros del creador, se ha prestado para todo. Un día amaneció con el sueño de que podía ser alcalde de su tierra y en dos ocasiones lo ha logrado. Igual, que, pese a sus más de siete décadas bien vividas, no podía dejar de componer.

Un día le pregunté, en medio de una parranda, en la que su presencia era el motor como siempre lo ha sido. ¿Hábleme de su infancia?: “Si pudiera definir la felicidad en los momentos vividos, solo en ese tiempo infantil, sentí la felicidad en plenitud. La libertad la viví ahí. Después que llegaba del colegio, me gustaba ir a la Ciénaga, ella fue mi fuente de inspiración. Me gustaba cómo el agua hablaba”. ¿De esos momentos qué nos puede contar?: “Me gustaría destacar, el cariño de mis nueve hermanos, de dos hermanos de mi mamá que eran tíos y a la vez, hermanos, eso fue lo que nos fortaleció al morir mi padre. Eso nutrió nuestro espíritu luchador. Estoy seguro de que nos guio y permitió crear una coraza que, hasta el día de hoy, nos acompaña. Hoy son otros tiempos y la vida cada vez más, se enfrenta a la muerte, a la que no le temo, porque es una realidad, pero si la respeto”.

Toda esa vida entregada a la música, a la bohemia, en la que se ha disfrutado cada momento, con la mayor intensidad posible, encuentra a su paso, gestos que exaltan la obra creada, cuya sensibilidad es la locomotora que ha guiado sus momentos más fulgurantes. Él es un contador de historias, vividas o no, pero que han sido un soporte fundamental para el folclor vallenato. A todo eso le ha puesto música. Y de qué manera.

Los trazos narrativos de Namén Rapalino saben a la esencia melódica que le pone a cada verso. No es una música repetida, en donde su creador, no se sale más allá de lo que tiene que contar o de los personajes citados en su aventura musical.

Ese es el mejor homenaje para su obra. Repetirla, cantarla y hacérsela conocer a una nueva generación que debe tener en el radar a Camilo Namén Rapalino.

FERCAHINO

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