DIGA EL DÉBIL: “FUERTE SOY”

Parecen unas palabras muy fáciles de decir, el problema es que tenemos la tendencia a no reconocer esas áreas de nuestra vida en las que somos débiles; ya sea por temor o por soberbia, lo cierto es que tenemos una voz interna que nos dice que, si reconocemos nuestras fragilidades podemos pasar por tontos, inspirar lástima o exponernos a la burla.

El Apóstol Pablo, en 2 de Corintios 12:7, habla acerca de un “aguijón en su carne”, Las Escrituras no nos dicen con exactitud de qué se trataba, pero lo que fuese, era algo que acongojaba su alma, pese a que en varias oportunidades rogó a Dios para que se lo quitara, ello no sucedió; de haber sido así, es posible que se hubiera vuelto presumido y vanidoso, así pues, el propósito de aquel “aguijón” era mantenerlo humilde y con una completa dependencia de Dios, es por eso que Pablo es llamado el Apóstol de los gentiles, fue un gran evangelizador, redactor de los primeros escritos canónicos y uno de los hombres más influyentes en la historia del cristianismo

Entonces ¿Dios no escuchó las oraciones de Pablo? Claro que las escuchó, pero la no respuesta a sus oraciones, hizo entender a Pablo que la gracia y la fortaleza de Dios eran suficientes, aprendió a gloriarse de sus debilidades en lugar de hacerlo por sus éxitos.

Dice en 1 de Corintios 1:27, que Dios escoge a lo débil del mundo para avergonzar a los sabios. ¿Has considerado alguna vez que tus debilidades son las que pueden darte la victoria y traer gloria al nombre de Dios?

Nuestras debilidades tienen un propósito, por tanto, paradójicamente hay fortaleza en ellas. ¿Cómo es esto posible? Alcanzar el éxito y obtener la victoria pese a nuestras falencias, magnifica a Cristo en lugar de pretender llevarnos el crédito. Vivimos en un mundo donde abunda la adulación, el ego y el orgullo prevalecen sobre todas las cosas. La mayoría de las personas tienen un deseo casi que enfermizo de ser exaltadas y reconocidas, pero saber que no son nuestras fortalezas, sino que es el poder de Cristo quien actúa a través de nuestras debilidades para alcanzar aquello que anhelamos, nos ayuda a no tener un concepto muy alto de nosotros mismos, sino a ser reales, prudentes y cuerdos.

Se aconseja en Romanos 12:3 que: “…Nadie tenga un concepto de sí, más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado”.

Gloriarnos de nuestras fragilidades, en lugar de aquello en lo que somos fuertes, nos mantiene humildes, evita que nuestro corazón se vuelva arrogante, haciendo alarde de aquello que podemos alcanzar por mérito propio y sin la ayuda de Cristo, tal gloria es pasajera y nos vuelve autosuficientes en un mundo donde reina la vanagloria.

No se trata de dormirnos sobre nuestras debilidades, se trata de entregarlas a Dios constantemente en oración, que estas nos hagan dependientes de Él, pues aquello en que somos fuertes puede convertirse en un obstáculo para adquirir la gracia y el favor del Señor, haciéndonos pensar que no necesitamos que Él intervenga.

Entendamos que Dios puede sacar lo bueno de lo malo, por tanto, que te baste únicamente su gracia, porque su poder se perfecciona en tu debilidad (2 Corintios 12:9)

Jennifer Caicedo

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