UN LENGUAJE INCLUSIVO, MÁS HECHOS QUE PALABRAS

Hace pocos días tuve el honor de estar como panelista en el marco de la celebración de los 70 años de la Institución Educativa El Carmelo, en San Juan del Cesar, en el Primer Foro de Comunicación Asertiva como estrategia de inclusión, evento que me llenó de emoción al recordar a mi padre, Arturo Velásquez Romero, como parte de la historia de esta institución, en donde estuvo como rector encargado, desempeñándose también como supervisor de educación en dicho municipio por más de 25 años. Igualmente me conmovió la interpretación del himno del colegio en lenguaje de señas por sus estudiantes, ya que coincidiría este acto con lo que expondría más adelante.

En un nutrido auditorio, teniendo entre sus panelistas al Viceministro de Talento y apropiación social de conocimiento nacional Yoseth Ariza Araujo, entre otras personalidades, empecé mi disertación abordando los conceptos de comunicación asertiva, precisando que ser asertivos implica expresar nuestras ideas, necesidades y sentimientos de manera clara y respetuosa, sin dañar a los demás ni permitir ser dañado. La clave está en mantener el equilibrio entre ser firme en nuestra postura y al mismo tiempo ser respetuosos con los demás. También hablamos de los derechos humanos, inclusive, mencioné los principios de Maastricht, sobre los derechos humanos de las futuras generaciones y la discusión que se viene dando en varios escenarios del mundo, ¿si estamos ante un nuevo lenguaje?, emojis, gifs y stickers. A propósito de la decisión del tribunal canadiense en la que se determinó que el uso de este emojis correspondía a la aceptación de un acuerdo contractual.

Seguidamente, tocamos el tema más espinoso del conversatorio, ya que se habla demasiado del famoso “lenguaje inclusivo” como “Les persones”, “Todes”, “Nosotres” y otras excepciones que más que lenguaje inclusivo se vienen considerando por los estudiosos y defensores del lenguaje, como aberraciones idiomáticas o banderas políticas, muestra de ello es la prostitución que del idioma español se viene haciendo por parte de la progresía gobernante, en primer lugar y por los cada vez más amplios imitadores que tienen, empeñados en creer que son más “modernos” al utilizarlo.

Para hacerlo más didáctico, por el tipo de público que nos acompañaba, les compartí el siguiente escrito de Roberto Santamaría-Betancourt, miembro del Grupo de la Ortografía Española.

POR UN IDIOMA SIN “IDIOMO”.

Se ha extendido una manía

entre parlantes ladinos

de acuñarle el femenino

a quien nunca lo tendría:

Si no tiene “dío” el día,

y el trigo no tiene “triga”,

ni existen las “gobernantas”,

tampoco las “estudiantas”

ni “hormigo” entre las hormigas.

Aunque lo intenten comprar

con millones y “millonas”,

un trono no tiene “trona”

ni “jaguara” has de llamar

a la hembra del jaguar.

Y aunque el loro tenga lora,

y tenga una flor la flora,

mi lógica no se aplaca:

no tienen “vacos” las vacas

ni los toros tienen “toras”.

Aunque las libras existan,

con los libros no emparejan

y tampoco se cotejan

suelos, que de suelas distan.

Por mucho o “mucha” que insistan

mi mano no tiene “mana”,

no tiene “rano” la rana

y foco no va con foca,

ni utilizando por boca

al masculino de Ana.

A manera de conclusión, mi reflexión personal es que la inclusión es más de obras que de palabras. Si queremos aprender un verdadero lenguaje inclusivo, hablemos con respeto a un anciano, con dulzura a un niño, con firmeza a un infractor, con amor a la pareja, con ilusión cuando hablas del futuro de tu comunidad. Pero si queremos ser más inclusivos aún, aprendamos braille, para comunicarnos con un invidente, aprendamos lenguaje de señas para hablarle a un sordomudo, hablemos pacientemente, para comunicarnos con un autista, hablemos con pasión de los éxitos del mundo, hablemos con dolor por el sufrimiento ajeno.

Incluir no es cambiar letras, es cambiar con hechos, por eso felicito a la Institución Educativa El Carmelo, en sus 70 años de vida académica, por implementar una formación integral y sensible en nuestras nuevas generaciones.

Misael Arturo Velásquez Granadillo

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