Las emociones son algo que no podemos evitar, somos seres sensibles a lo que sucede a nuestro alrededor, seguro unos más que otros, pero todos estamos expuestos a reaccionar sin pensar, a sentir ansiedad, enojo, irritación, desesperanza, tristeza, decepción o frustración.
Detener las emociones no es algo fácil, en lugar de dejarnos llevar por esos sentimientos que van y vienen, que cambian, a veces sin previo aviso; debemos aferrarnos a la fe en Dios a buscar en Él la estabilidad en medio de las pruebas, de los sinsabores e injusticias de la vida y a permitirle que nos llene de su amor y sabiduría para afrontar cualquier situación.
Las emociones están ahí, siempre van a estar, no se van a ir por mucho que no queramos sentir ciertas cosas, no podemos deshacernos de ellas, lo que sí podemos hacer es no permitirles que gobiernen nuestra vida.
En Proverbios 17:27 dice que, el entendido refrena sus palabras, el que es prudente controla sus impulsos.
En ocasiones no logramos controlarnos, a veces parecemos enloquecer y nos dejamos llevar por lo que sentimos, en lugar de permitir al Espíritu Santo que obre en nosotros; pero tenemos que crecer, que madurar y ya que las emociones no van a desaparecer, lo que tenemos que aprender es a dominarlas a ellas y no que ellas nos dominen.
Dice en Efesios 4:26-27 “Si se enojan, no pequen. No permitan que el enojo les dure hasta la puesta de sol, ni den cabida al diablo”, así que, no es pecado sentir, pecado es darles rienda suelta a nuestros deseos, a nuestros impulsos, a actuar bajo cualquier sentimiento negativo que tengamos.
Yo personalmente no siempre logro controlarme, pero poco a poco he ido aprendiendo que no debo decir todo lo que quiero decir como excusa de ser “sincera”, que no debo hacer todo lo que estoy impulsada a hacer, bajo el pretexto de que soy un ser libre. Sí, estamos llamados a ser sinceros, a no callar la verdad, a desarrollar libremente nuestra personalidad; pero también estamos llamados a ser prudentes, a vencer el mal con el bien, a vivir en armonía los unos con los otros, a practicar el amor fraternal, a ser humildes y compasivos, pues Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio (2 Timoteo 1:7)
El Espíritu Santo nos ayude a controlar las emociones, a ser listos para escuchar y lentos para hablar, a mantenernos alerta y en nuestro sano juicio, a ser moderados, respetables, sensatos e íntegros en la fe, a tener y dar amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio, ya que no hay ley que condene tales cosas (Gálatas 5:22-23).
Jennifer Caicedo