CRUDA REALIDAD DE NUESTROS NIÑOS HOY

RETOMADO DE LAS VIVENCIAS DE LA NIÑEZ EN NUESTRO DEPARTAMENTO Y EN COLOMBIA 

En diferentes etapas cada año las aprovechan paradójicamente para que los mandatarios del país contraten recursos millonarios donde una galleta alcanza a costar cinco mil pesos; un juguito de bon ice cuesta tres mil y más pesos, los dulces también son sobrefacturados, aunque en el presente año la llamada Ley de Garantías no permitió estos derroches. A cambio lo que sí se vio con mayor énfasis y crudeza fue el maltrato infantil, hasta el punto que un menor falleció por falta de atención y otro fue asesinado en nuestro departamento peninsular, para robarle los órganos, hechos escalofriantes ante la mirada despreocupada de muchos gobernantes. La niña fue encontrada semisepultada en la arena, en uno de los municipios de nuestra península y al practicarle la necropsia los galenos constataron que le hacían falta varios órganos como los ojos, la lengua y parte de los intestinos. Alrededor de este horrendo caso se han tejido varias versiones: una, que el crimen lo ejecutó una secta satánica para comercializar los órganos de la menor; otra, que el crimen lo protagonizó un violador y que luego las aves ac rapiñas “gallinazos habían devorado parte de los órganos de la desafortunada infante, el hecho es investigado por las autoridades.

Otra cruda realidad es la que experimentan los niños como menor trabajador, la madre cabeza de familia que entrega su niño o niña al cuidado de la señora; quien promete tratarlo bien, mandarlo a la escuela, pero esto se queda solo en palabras puesto que cuando la desamparada madre da la espalda nada se cumple. Ella regresa a su humilde vivienda donde es esperada por siete niños más de los cuales los dos menores apenas comienzan a dar los primeros pasos; el más pequeñito de todos aún no ha sido bautizado ni registrado porque el papá no se sabe dónde está, o lo que es peor, en la finca donde viven, las carreteras son trochas en las cuales entra solo un vehículo una vez a la semana y la madre no puede bajar al pueblo más cercano porque perdería el empleo; además no tiene con quien dejar a los pequeños que con ella conviven. Al dialogar en esta investigación periodística con Martica, Pedrito, o Juanita las respuestas son similares; “mi patrona doña Carmen me trata bien, me levanta a las cuatro de la mañana, me toca barrer el patio, hacer los mandados, comprar la leche, vigilar que sus niños desayunen y se vayan puntualmente al colegio, luego mis patrones se van a trabajar mientras yo me quedo sola, lavo la loza, hago el aseo y pongo el arroz. Doña Carmen me compró un banquito de madera para que suba y poder así alcanzar el lavaplatos y la estufa cuando ella regresa, juntas terminamos el almuerzo, lo sirve; ah pero yo siempre almuerzo en la mesa del patio en un plato plástico, me baño a las doce, a la una del mediodía salgo para mi escuela, el sol está caliente pero yo camino rápido y contenta porque en mi escuela tengo amiguitos de mi edad y en el recreo juego, corro, aunque en la clase de matemáticas me da sueño ¿será por el sol? o porque la señora Carmen me levanta a las cuatro y me dice el que madruga Dios le ayuda?”.

En este recorrido nos encontramos a la salida del pueblo en uno de los carros que viajan para la capital; el vehículo se detiene y al bajar el vidrio observo a un menor quien sostiene en sus manos un pedazo de manguera la cual introduce a una cántara y luego se la lleva a la boca y la succiona; al tiempo que el conductor destapa el tanque de la gasolina para vaciar el combustible, al hacerle una señal para que el niño se acerque a la puerta del vehículo, Pedrito teme, baja la mirada y se acerca. Al preguntarle ¿por qué no estás en la escuela a esta hora? me responde con la voz entrecortada: “porque soy huérfano, vivo con mi tía y tengo que trabajar para darle de comer a mis hermanitos que son cuatro…”. Ahí el vehículo arranca y el diálogo se interrumpe, pero el tiempo fue suficiente para conocer otra triste realidad, el menor trabajador en la venta ilegal de gasolina, no solo para evadir los impuestos, sino como la excusa perfecta de los comerciantes para no ser judicializados utilizando al menor como carne de cañón.

Para finalizar nuestra crónica motivada por la situación de nuestros niños y con el propósito de producir en los lectores un poco de reflexión y un cambio de actitud, los nombres utilizados no tienen nada que ver con la realidad: ocurrió un domingo mientras realizábamos las tareas del hogar; unas manecitas tocan a mi puerta; al abrirla nos encontramos con un pequeño rostro cuya sonrisa tímida, ojos expresivos, nos dice: “seño, me vine a pasar el día aquí con usted”. Le ofrecemos un beso y un abrazo, le invitamos a entrar y al ofrecerle el desayuno, comenzamos a dialogar. Martica dice, con la voz entrecortada: “usted se acuerda seño cuando mataron a mi manía y a mi papá, estábamos almorzando, llegaron unos señores le preguntaron a mi mamá si tenía yuca para la venta, ella soltó la cuchara del arroz sobre la mesa y se acercó al carro para decirle que si tenía yuca y cuánto querían? se bajaron otros hombres más no sé cuántos seño…” En ese instante Martica baja más la voz, dos lágrimas corren por sus mejillas, al momento la señora la abraza, la sienta en su regazo, tratando de cambiarle la conversación, pero la niña continua: “¡Uy! Seño – entre sollozos eso si fue feo cuando vi a mi mamá y a mi papá votando sangre en el suelo salí corriendo con dos de mis hermanitos a buscar al señor alcalde para que nos ayudara. Yo gritaba ¡señor alcalde ayúdeme que mataron a mi mamá y a mi papá!”. En ese instante la acongojada señora ante este trágico relato abraza a la niña fuerte contra su pecho y él dice, “hablemos de otra cosa nena, me contaron que eres buena alumna soy amiga de tu maestra, también supe que tu tía los quiere mucho, ¿Dónde están tus hermanitos? De esta forma logramos sacarla del feo relato conduciéndola hasta la sala de la residencia y encendiéndole el televisor para que observara las comiquitas de los Simpson.

Este no es más que un relato de la cruda realidad que viven los niños en nuestro país. Yo, tú, nosotros ¿Qué podemos hacer para que esto cambie?

Ana Cecilia Fuentes

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