EL TURISMO COMO ENJAMBRE

Todo empieza con las metáforas. Estas comunican un mensaje concreto y son procesadas fácilmente por la mente humana. Los operadores turísticos emplean expresiones como “vender” un territorio indígena o “explotar” las bondades paisajísticas de un departamento o un extenso resguardo. Algunos de los que adquieren sus planes piensan que al “comprar” ese territorio pueden hacer dentro de este lo que les plazca sin que haya límites para su conducta. La noción extendida de que los desiertos son baldíos nacionales deshabitados, sin bosques, ni ríos, ni lugares sagrados exacerba esa percepción.

Hace poco más de una semana un enjambre de vehículos participantes en un rally llegó a unos cerros mitológicos en el Cabo de la Vela. Algunos de sus integrantes desconocieron las indicaciones de los vigías indígenas de no afectar esos lugares patrimoniales y se enfrentaron violentamente con estos, como resultado un indígena salió lesionado. Gracias a la intervención prudente, persuasiva y conciliadora de la policía, de la corregidora y las autoridades tradicionales, se acordó aplicar el sistema normativo wayuu. Este ha sido oficialmente declarado como Bien de Interés Cultural de la Nación y ha sido incluido por la Unesco en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Es un tipo de justicia restitutiva y no punitiva pues no contempla la cárcel ni castigos corporales a quienes infringen una de sus normas. En consecuencia, quienes violaron las normas entregaron una compensación material.

Como un acto de venganza contra la aplicación de las normas indígenas, el hecho ha sido distorsionado en las redes sociales y se han traído a colación temas como el de actos delictivos contra los turistas en La Guajira. Estos actos perjudican en alto grado a las familias indígenas que viven del turismo y del transporte. Causan indignación ciudadana en el país, pero nadie culparía a los hoteleros de Medellín porque ocurran en esa ciudad asaltos a turistas. No es justo ponerles una retícula étnica a quienes los cometen y definirlos como indígenas, negros, gitanos o judíos antes que como delincuentes.

Lo cierto es que existen normas internacionales y nacionales que orientan el turismo en los territorios indígenas, como la Declaración de Otavalo del 2001 y en Colombia la Ley General de Turismo. Lamentablemente, aunque muchos turistas son respetuosos, otros están cargados de un sentimiento exacerbado de supremacía cultural y racial sobre los pueblos que visitan. Es oportuno preguntarse: ¿qué entidad otorga permisos para la realización de estas competencias riesgosas en plena pandemia dentro del territorio indígena? ¿Qué normas guían su comportamiento? ¿Qué sucedería a sus autores si realizaran maniobras con sus vehículos en el santuario de Monserrate?

El territorio wayuu se encuentra conectado por historias de cerros, rocas, vientos y lugares que son parte de un orden primigenio y lo llenan de sentido. No es el escenario de la película Mad Max, ni es un espacio por someter y conquistar. Quizá el escritor Derek Walcott tenía razón cuando dijo que el viajero no puede amar porque el amor es éxtasis y el viaje siempre es movimiento.

Weildler Guerra Curvelo

wilderguerra@gmail.com

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