HYBRIS O LA ARROGANCIA

La mitología griega, además de abundante y divertida, apunta a mostrar en un ser superior características de la condición humana, con énfasis en la maldad, lo torcido y lo perverso que asoma las narices no sólo entre nosotros sino también dentro de nosotros. Las pilatunas amorosas de Zeus, los desmanes vengativos en todos, en fin, lo que constituye la verdadera naturaleza mostrada como grandeza.

Arrogancia, hija del Caos y hermana de la guerra, reflejo de la soberbia, es de indispensable mención en lo que vivimos. Su personificación terminó construyendo un complejo, el de Hybris, que se caracteriza porque quienes lo sufren hacen evaluación de cada cosa con ideas preconcebidas, rechazan cualquier idea contraria a las suyas, no aprenden de la experiencia y, por último, su conducta es dominada por rasgos narcisistas. Cualquier parangón con la realidad colombiana actual no deja dudas sobre donde ubicar a nuestro presidente. Nada lo ofende más que las instituciones, construidas por nuestra democracia imperfecta como lo son todas, no le otorguen la razón incondicional a sus decisiones, y se erijan en muros de contención de sus desafueros imperiales.

La semana fue dura para su complejo. El Senado, gracias a nuestro régimen bicameral, logró con racionalidad legislativa y política aguarle la fiesta a su reforma a la salud, construida para destruir el apoyo empresarial al funcionamiento del sistema, más que para atender su remodelación. La macrocefalia estatal, favorita de los regímenes arbitrarios, es la guía de muchas de las reformas que impulsa este gobierno. La elección de la fiscal no parece dejarlo satisfecho, pues no hay explicación posible de la renuncia inoportuna y a última hora de su ternada favorita que la de entorpecer la definición que en últimas hizo la Corte Suprema de Justicia.

Decisiones del Consejo de Estado de suspender las atribuciones que se arrogó el presidente en materia regulatoria de servicios públicos se suman a la respuesta institucional de que el país no está dispuesto a dejarse manosear por las ínfulas de dictadorzuelo que tiene el presidente Petro.

No es la primera vez que los cuerpos de justicia anulan normas expedidas por el gobierno. Para eso existen. Para revisar y, si es del caso, anularlas cuando alteren normas superiores. Pero sí es la primera vez que un gobernante reacciona de manera tan alterada y amenazante cuando se producen fallos o decisiones que vayan en contra de su posición política. Nada más coincidente de la conducta presidencial con las descripciones del complejo de Hybris.

No solo actúa con desafuero cuando le contradicen: acude también al abuso de las intervenciones de los organismos del gobierno, como es el caso de la Superintendencia de Industria y Comercio, que pasa a revisar organismos alejados de su ámbito de competencia, como es la organización electoral, con excusas bastante traídas de los cabellos.

Parece que la copa de la tolerancia institucional se le ha llenado al presidente. Las pocas neuronas que le mostraban un camino de racionalidad a base de entender que lo eligieron presidente y no dictador se encuentran en pausa.

El reto de la constituyente, como lo propuso el presidente este viernes, no es tampoco nuevo en el país. En varias ocasiones se ha acudido a la democracia directa para tomar decisiones sobre temas de gran calado institucional y político. Claro que amenazar al país con convocarla por el cúmulo de frenos a la arbitrariedad del gobernante no es nada distinto que la confirmación de la personalidad de Hybris que lo condena a vivir insatisfecho hasta con las decisiones que lo favorecen, pues no logra poner en práctica con acciones de gobierno lo que los pretendidos de su plan de desarrollo, debidamente tramitado por el Congreso, le indicaron como ejercicio de política pública.

Todo lo que hace, ya lo hemos dicho insistentemente, busca mantenerlo en el ejercicio del poder. Ni el sistema electoral, ni el judicial, ni el de salud ni tantos otros que critica le dan facilidad de lograrlo. Y cada paso que da muestra ese prurito.

Para las arrogancias, los griegos idearon Némesis. Una fuerza equilibradora. Un poder de alinear la soberbia, disciplinarla, castigarla. Nuestra Némesis colombiana del momento debe ser la buena estructura del estado de derecho, del cual pudimos desconfiar por deslices como los del cartel de la toga, pero que nos están convenciendo que la capacidad institucional se basa en sus decisiones con legalidad y conveniencia. Frente a ella, no hay minga que valga, no hay altisonancia que convenza, no hay complejo de Hybris que no sea contenible.

Es un reto que nos impone la actitud presidencial.  Lo vamos a cumplir a cabalidad. Somos demócratas.

Nelson R. Amaya

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