¿SER REALES O SER PERFECTAS?

 Conocí a Angie hace un par de años y a medida que pasaba el tiempo e íbamos conociéndonos, me contaba un poco más su vida. Una mujer de treinta años la cual se casó a los veintidós con un hombre “perfecto” proveniente de una buena familia, estudiado y con prestigio, físicamente atractivo e “inalcanzable” a los ojos de muchas mujeres. Dos años después de casados llegó su primer hijo y dos años más tarde su segundo hijo; Angie se graduó de su carrera universitaria justo después de casarse y jamás había ejercido la profesión, cuando sus hijos tenían seis y cuatro años ella decidió trabajar por primera vez y aportar al hogar, manifestando lo insuficiente que se sentía al no poder al igual que su marido ayudar con los gastos de la casa. Pocos días después de haberse postulado para un trabajo, ella logro ser contratada en una entidad pública, se sentía muy dichosa.

Irónicamente su satisfacción duraría muy pocos días quizás un par de meses ¿Qué paso? Muy sencillo, las obligaciones laborales y las obligaciones del hogar recayeron totalmente sobre ella, debía minimizar tiempos, prácticamente debía correr para poder hacer todo; madrugar, hacer el desayuno, limpiar la casa, alistar a los niños, enviarlos al colegio, prepararse para ir a trabajar, salir corriendo a medio para preparar un rápido almuerzo, dejar a los niños luego en casa de su madre e irse a trabajar otra vez, salir pasar por los niños y llegar exhausta a preparar la cena.

El marido solo se levantaba una hora antes de irse al trabajo, desayunaba, se alistaba llegaba a medio día a almorzar, volvía a irse y luego llegaba en la noche diciendo lo cansado que estaba para luego bañarse y acostarse a ver televisión hasta quedarse dormido. Esta situación género en Angie una sensación de ineptitud en vez de pedir ayuda o reducir tareas, ella quería ser más eficiente, quería sacarle treinta  horas a un día que solo tiene veinticuatro, se sentía frustrada, y ansiosa, quería ser la madre perfecta, esposa perfecta y la trabajadora perfecta, tenía que mantener una casa limpia para que los demás no la tildaran como una mujer desordenada, y estar siempre bien arreglada para que no la tildaran de “descuidada”.

El caso de Angie, no es una historia creada o sacada de internet, es una historia real, una que se ve en muchísimos hogares actualmente. Muchas mujeres tienen que lidiar con la presión de ser perfectas en todo lo que hacen para no ser criticadas, vivimos en una sociedad donde el “desorden” está ligado únicamente a las mujeres, sin importar quien más viva en el hogar, es la mujer a quien le toca limpiarlo, una sociedad donde se le asignan roles al hombre y a la mujer y donde el peso por el cuidado y crianza de los hijos recae solo en la mujer, sin mencionar la obligación de aportar económicamente al hogar.

Estudios han demostrado los efectos negativos que puede traer el perfeccionismo sobre la salud emocional de las mujeres, estos efectos van desde la fatiga y ansiedad hasta depresión, puede traer consecuencias como inseguridad, comparaciones absurdas, falsas creencias sobre incapacidades y una baja autoestima. Así mismo, La brecha existente entre los deberes del hombre y la mujer, erróneamente creados y aceptados por la sociedad está llevando cada día a muchas mujeres a un verdadero desastre mental.

Hoy, muchas mujeres esconden su sufrimiento bajo la creencia que “en vez de quejarse, debería dar gracias a Dios por su hogar” indiscutiblemente un hogar es una bendición, el problema está cuando las cargas no son equilibradas entre las parejas, no se comparten las responsabilidades, no se involucran ambas partes y peor aun cuando el marido espera una ayuda económica por parte de la esposa y  su vez una buena mujer y madre para sus hijos. La Trabajadora Social, Amy Morin en su libro “13 cosas que las mujeres mentalmente fuertes no hacen” explica temas sobre la búsqueda de perfección, ella dice que muchas mujeres se sienten obligadas a alcanzar expectativas irreales que las llevan a tratar de ser perfectas.

En base a lo anterior, es necesario entender que las mujeres somos seres reales, que cometemos errores que no siempre podemos lucir bien, que también nos cansamos, quitarnos esa creencia de que las mujeres pueden hacer mil cosas a la vez, puede que sea cierto pero el desgaste físico y mental de hacerlas es bastante grande, si se pueden hacer mil cosas  pero cada una a su tiempo, aprender a descansar, entender que a veces menos es más, que somos seres imperfectos, que cometemos errores, que no existen las madres perfectas, ni las esposas perfectas, ni las trabajadoras perfectas, en otras palabras no existe ser humano perfecto. Por último, es necesario dejar de idealizar a los hombres, sus características o cualidades de hombre “fuera de serie” no lo hace menos responsable de las obligaciones domésticas, solo cambiaremos como sociedad cuando aprendamos que las ocupaciones, sean laborales o domesticas no tienen género.

MARIA DEL MAR  FIGUEROA SALAS

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