UN CASO DE CARNAVAL

En aquellos viejos tiempos los carnavales eran unas fiestas populares como lo son hoy día, pero involucraba algo más que rumba. Las personas más ingeniosas del pueblo creaban sus propias comparsas y ponían a gozar a todas las gentes con sus disfraces.

Se hacían dramas ironizando a los personajes más reconocidos. Aquellos actores naturales iban recorriendo las calles, de casa en casa, presentando sus parodias llenas de gracias, usando sátiras mortíferas y exageraciones sin par.

En uno de esos carnavales, una comparsa bastante pintoresca de Fonseca vino a San Juan del Cesar y se instaló en la calle del Embudo a la altura de la casa de José Agustín “Gute” Brito, hoy convertida en hotel Ranchería. El correo de las brujas se encargó de esparcir el rumor de la presencia de los fonsequeros entre nosotros, así que mi familia toda se botó al evento quedándose mi madre, “Mamanina”, sola en casa. La bulla y el alboroto hicieron que se formara una gran romería para ver el espectáculo carnavalero.

Y empezó el festín.

Todos estábamos a la máxima expectativa cuando va saliendo de la carpa instalada el verdadero diablo en persona, con sus cuernos enormes, sus uñas como garras de animal carnicero, rugiendo como un tigre y botando llamaradas por su boca pintorreteada, además de bailar sobre botellas verdes con mechones encendidos.

Rubén, mi hermano menor, siendo todavía un niño, al mirar aquella escena de espanto, se soltó de la mano protectora que lo agarraba y se echó a correr despavorido.

Pasó a 100 por la esquina de Jacoba Álvarez, siguió embalado por la carrera séptima buscando la calle de “Las Flores”, dobló sin miramientos la esquina de Asunción Álvarez a 200 y llegó a la casa con el corazón a 1000. Empujó la puerta como si lo viniera persiguiendo el mismísimo diablo y se abalanzó sobre “Mamanina” que estaba sentada al frente, en un asiento de cuero. Ella también desconcertada por no saber lo que pasaba lo arrulló en su regazo tratando de calmarlo, pero él desesperado le señalaba con el dedo índice su corazón desaforado, diciéndole:

“Mama, mama, tengo una gallinita aquí que me hace coo, coo, coo”.

Así eran las manifestaciones grandiosas de nuestros carnavales, con disfraces alegres y coloridos, que a los grandes causaban regocijos, pero a los niños muchas veces nos llenaban de pavor.

Luis Carlos Brito Molina

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Un comentario de “UN CASO DE CARNAVAL

  1. Lina Mendoza. dice:

    Una historia muy pintoresca. Me sentí llevada por un recorrido emocional para encontrarme con la manifestación corporal del miedo, expresada en la ” gallinita y el coo.. coo”.
    Gracias Tío Luchi.

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