EL SERMÓN DE LAS CINCO REFORMAS

La semana que inicia con el domingo de ramos es uno de los momentos importantes para los cristianos, y para casi todo el mundo por la extensión de la religión de Jesús en todos los lugares. No hay punto geográfico que escape al conocimiento, y al reconocimiento, de ese ser extraordinario.

Y la prédica del viernes santo, esa que recoge las frases de Jesús en sus horas finales, ha llamado por tiempos a la reflexión acerca de su vigencia en cada época de la vida humana, en medio de los cambios y el deterioro de las virtudes, sobre todo de aquellas tan inspiradoras del ejemplo de nuestro guía espiritual. El sacerdote prepara su discurso con sumo cuidado. Acude al estudio y al análisis buscando brindarle al creyente una luz de esperanza, con la iluminada manera de ver la vida del Mesías. Las siete oraciones han dado para mucho verbo. Algunos se han crecido cuando suben al púlpito, y su tribuna se vuelve un lugar para recuperar la palabra del Señor con emoción y profunda bondad.

Hay parangones que se nos aparecen inevitables: En estas horas aciagas de nuestro gobernante, porque de gobierno no se puede hablar mucho, el predicador del balcón presidencial nos amenaza con aglutinar más y más seguidores para que, en lugar de las siete palabras, le escuchen sus cinco reformas, cual paradigmas de la recuperación del rumbo social del país. En realidad, lo que ha venido sucediendo es que cada vez son menos, no más, los que vuelven a oír sus peroratas en el barandal de la casa de Nariño.

Persistirá en su tono magistral con su lápiz Mirado. Lo bueno y necesario de cambiar tanto en el sentido social del funcionamiento del estado como en su operatividad parsimoniosa, lo volverá un imposible por mezclarlo con un abundante y exasperante atropello a su odiada clase empresarial.

La solidaridad necesaria en materia pensional, para darle al anciano pobre la paz necesaria en sus últimos días, se mezcla en un batido imbebible con el atentado por acabar el ahorro pensional consolidado de quienes han podido acumular capital con base en su trabajo.

La resquebrajada reforma a la salud, auxiliada a última hora con la rebeldía clientelista de representantes a la Cámara de partidos tradicionales, sigue el mismo camino de la pensional, pues enturbia su cauce social con unas aguas de cantado ataque al mismo enemigo, ese empresario, el bueno y el malo, que ha construido lo que tenemos para bien de muchos e indebido lucro de unos cuantos, y que nos tiene en el puesto 35 mundial, no el mentiroso 75 que divulga Petro sin perturbarse.

Ni qué decir de las propuestas laborales, aquellas que, en lugar de impulsar el empleo, propician la informalidad y vuelven a amarrar los nudos desatados desde los noventa para flexibilizar el sistema de contratación de recurso humano, de forma tal que incorporara más trabajadores, no menos, al sistema productivo.

La ahogada reforma política era un suicidio estruendoso propiciado por los más radicales defensores del régimen petrista; venía cargada del más de lo mismo que repudian en público y en redes, pero toleran e impulsan en privado. Ya no era un purgante. Era una cicuta capaz de envenenar hasta un elefante, menos al inmortal compañero de lides del gobierno. Ojalá no resucite al tercer día.

La reina, la del pretendido más absurdo y peligroso, la que quiere hacer de la paz la excusa para arropar los capitales del narcotráfico, nos deja expósitos a los colombianos del común. A los tantos ciudadanos con ganas de trabajar honestamente, de crear empresa, de arriesgar esfuerzos y capitales para mejorar el entorno nacional, les cae un río de agua fría con estas pretensiones que los dejan a la intemperie. Basta con agruparse en una cáfila de malhechores para inscribirse en el programa y hacer valer unos derechos espurios concedidos por la postiza generosidad de la izquierda gobernante.

Desde el púlpito presidencial, llevará la palabra para buscar convencer a más personas de que su afán es el de beneficiar al pueblo, en una parábola repleta de impropiedades y cifras falsas.

La contención de sus pretendidos ha sido razonable hasta ahora en el Congreso. No es fácil pronosticar que sean capaces de resistir la tentación de la avalancha de negociaciones de beneficio particular con las que se acostumbra tramitar las leyes en Colombia. Luego vendría la talanquera de la Corte Constitucional. Tampoco es fácil presagiar el rumbo que tome el país si se caen las bases de las reformas de la izquierda, pues la arrogancia, para nada ajena a su carácter, puede conducir al mandatario a llevarnos a un borde de confrontación social insospechado.

Ya veremos si lo dicho por Camus dejará en evidencia las conductas del presidente, aquello que nos recalcó que el bienestar del pueblo siempre ha sido la excusa de los tiranos.

Rafael Humberto Frías

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