LA GUAJIRA EN EL NEW YORK TIMES

Con un número de suscriptores que supera los diez millones, importantes no solo en volumen sino también en su dispersión global, el New York Times ha dejado saber sus recomendaciones para visitar en plan turístico distintos lugares del mundo, dentro de los cuales La Guajira figura en el lugar cuarenta y seis.

Nos complace que los ojos de tan importante medio se hayan puesto en nuestra península, y que esta vez brille para temas distintos de la inasistencia estatal a la niñez wayúu y la corrupción que abunda en la región.

Semejante exposición universal demanda unos momentos para reflexionar sobre las condiciones bajo las cuales el turismo receptivo se vuelva una oportunidad de ingresos, trabajo, desarrollo con responsabilidad social y horizonte de prosperidad para el departamento.

Las playas envueltas en una arena para todos los gustos, unas veces morena, otras blanca o amarilla, pero siempre dispuesta a sostener los pasos de aventureros, le dan al mar un límite, como el borde de una carta que contiene miles de maravillas e historias y que, una vez abierta, inunda la vista del más incrédulo con las bondades del Caribe. Cualquier descripción se vuelve errática e insuficiente. Hay que vivir esos momentos para refrescar el alma de tanta citadinidad, si se me permite el neologismo atropellador.

El encanto del paisaje no basta, por supuesto. Se debe complementar con los elementos mínimos que garantizan que el paseo cree un verdadero álbum espiritual para los aríjunas, aquellos ajenos a la sangre wayúu. Y vamos a mirarlos con la brevedad que demanda el medio. Seguridad, agua y desagüe, aseo, vías, garantías de comida y enseñanzas sobre la buena relación con los dueños del territorio, parecen ser los mínimos elementos con los que debe contar el proceso de visita para hacer de este elemento de convivencia una fórmula permanente de progreso.

Una característica propia del turismo es que está sujeto a ciclos de valles y picos según la temporada vacacional. Por ello la buena programación de la atención en seguridad, evitaría que sucedan asaltos a los visitantes, que se les garantice su movilidad por las aún precarias vías, y que su tránsito de ingreso y salida de los sitios más visitados pueda darse bajo la protección de las autoridades de policía.

En un entorno caracterizado por la carencia de agua potable, pero al mismo tiempo lleno de expectativas por la generación de energía con el viento, nada más lógico que se sirva la comunidad, no solo para el turismo sino sobre todo para su mejor subsistencia, de agua desalinizada, potabilizada, y de básicos sistemas de disposición de desechos orgánicos y recolección de basuras. El sol, que nos llena de vida en el día, nos puede llenar de facilidades eléctricas con la modalidad de paneles solares que ayuden a preservar alimentos y a garantizar una vida nocturna tan tranquila como suficientemente iluminada.

Por encima de estos elementos necesarios para mejor estar en la zona, los extraños deben saber que se adentran en un territorio de fuertes bases culturales propias. Si algo lleva el wayúu en su ADN es precisamente la solidez de su cultura, la articulación de su ser con el territorio y la convicción de propiedad de donde sus ancestros vivieron.

Hay mucho que hacer, sin duda, y hay mucho que demandar del sector público para que logremos que las vivencias de los visitantes, ya en forma masiva, pueda confirmar lo que propone el NYT, no solo para hoy, sino para el mañana peninsular.

Nelson R. Amaya

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